Ex católico cuenta su testimonio y responde a la pregunta ¿Fuera de la iglesia Católica hay salvación?

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Si Dios quiere que todos sean salvos ¿por qué no todos se salvan?

Cuando Dios dice algo en su Palabra, y ese algo está lo bastante claro, no tenemos razones para tratar de diluir o poner bajo sospecha tal afirmación. Leamos el siguiente versículo bíblico, tratando de entenderlo a la luz de la simple interpretación que surge de su lectura natural:

1Timoteo 2:3-4  Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad.

No creo que haya que buscar, debajo de esa voluntad revelada, otra voluntad oculta. La interpretación básica, sencilla, a simple vista del texto es que Dios quiere que todos los hombres se salven; y no tenemos por qué jugar a las escondidas para descubrir si debajo de donde se dice «quiere que todos» en realidad significa que «no quiere que todos».

Alguno, muy preocupado por la soberanía de Dios, puede afirmar: «si Dios quiere salvar a todos, y no puede salvarlos a todos, entonces no es un Dios omnipotente». Yo le respondería, en primer lugar, que Dios sería verdaderamente impotente si hubiese querido dejar por escrito en la Biblia que «no quiere que todos los hombres sean salvos», pero solo pudo poner «quiere que todos los hombres sean salvos». Pero si Dios quiso afirmar tal cosa en las Escrituras, y así lo hizo, no tengo por qué dudar de la capacidad de comunicación de Dios. En segundo lugar respondería que si Dios quisiera mover una piedra pero no pudiese, entonces dudaría de su omnipotencia; pero aquí no estamos hablando de mover objetos, sino de su relación interpersonal con seres vivos que Él creó a su imagen y semejanza. Aquí no estamos hablando de un dios caprichoso que quiere y no puede, sino de un Dios soberano que interactúa con sus criaturas; y es tan tremendamente soberano que es capaz de otorgarle a cada criatura un margen de libertad de acción (cosa que un dios no soberano tendría miedo de hacer).

El problema surge cuando hacemos a Dios a nuestra imagen y semejanza, y tratamos de entenderlo desde concepciones humanas. Yo quiero muchas cosas, pero no puedo tenerlas o hacerlas como me gustaría; pero cuando Dios dice que quiere que «todos los hombres sean salvos» no está suspirando por algo que «le gustaría» tener o hacer pero no puede. Simplemente está poniendo de manifiesto «su disposición» absoluta de salvar a todo aquel que se rinda a su llamado. Este texto bíblico está manifestando la «disposición» de Dios no su «capacidad» para salvar.

El rey ha sitiado la ciudad, tiene todo el poder absoluto para dar la orden y destruirla por completo, la vida y la muerte de todos los habitantes están en sus manos; sin embargo, es un rey compasivo y no quiere destruirlos a todos; no es que no pueda sino que no quiere. Por ello hace un edicto real, por escrito, perdonando la vida de todo aquel que se rinda incondicionalmente; el que no se rinda será condenado, destruido. Y para evitar malos entendidos, el rey envía a su representante para explicar los alcances del edicto a cada habitante de la ciudad. Después de haber entendido las exigencias del edicto, una parte de los habitantes se rinde y otra se niega a rendirse; los primeros son perdonados y los segundos condenados a muerte. ¿Alguien se atrevería a acusar a tal rey de falta de soberanía, o de ser débil y pusilánime?, por el contrario, alabarían su misericordia al extender a todos la oferta de perdón, y acusarían de necios a los que rechazaron un edicto tan benevolente.

De la misma manera, nuestro Dios tiene en sus manos la vida y la muerte de cada ser humano. La humanidad está justamente destinada a la destrucción, pero el Señor Jesús, antes de ejecutar tal sentencia, ha decidido extender una oferta de perdón para todo aquel que se rinda incondicionalmente. Ha dejado tal edicto por escrito (el Evangelio) y ha enviado a su Paráclito (el Espíritu Santo) para que ilumine la mente de cada  persona y le haga comprender los requisitos y alcances del perdón divino. Una parte de la humanidad se rinde y otra parte, neciamente, rechaza tal ofrecimiento misericordioso. ¿Habrá alguno que piense que Dios es pusilánime por ofrecer a todos el perdón, aunque al final no todos se acogerán a él? Pienso, por el contrario, que todos alabarán la misericordia tan grande de este Dios, y acusarán de necios a todos aquellos que rehusaron tal ofrecimiento.

Entonces, ¿por qué se nos acusa a los no calvinistas de menoscabar la soberanía de Dios cuando proclamamos la omnibenevolencia divina? Si Dios quiere que todos los hombres sean salvos, y ese querer significa que Él dispone a favor del hombre todo lo necesario para que se acoja a su misericordia; si Dios quiere que todos los hombres sean salvos, y ese querer significa que pone al alcance de toda criatura su Evangelio, y por medio de su Espíritu opera individualmente en la mente de los hombres para que entiendan lo que demanda ese Evangelio; y si Dios quiere que todos los hombres sean salvos, y ese querer significa que les concede a los hombres la capacidad de responder a su llamado, ya sea obedeciendo o rehusando su benevolencia, ¿dejará nuestro Dios, por esto, de ser un Dios soberano y omnipotente?

Lo analicemos desde otro punto de vista. Dios pone delante de mí dos caminos con dos finales, como lo puso delante del pueblo de Israel:

Deuteronomio 30:19  «A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia»

Puedo escoger el camino de la vida, el de la obediencia, cuyo final es la vida eterna, o puedo escoger el camino de la muerte, el de la desobediencia, cuyo final es la condenación eterna. Pero como yo soy incapaz de discernir, Él me indica cuál de los dos caminos es el mejor: «escoge, pues, la vida, para que vivas». Bien, tenemos dos caminos con dos finales, y ambos están predeterminados por Dios, es decir, no puedo elegir un camino malo que me lleve a un final bueno, ni puedo escoger un camino bueno que me lleve a un final malo. Mi albedrío no puede cambiar nada, solo hay dos caminos para elegir, y los dos son determinados soberanamente por Dios; y como si esto fuera poco hasta soy iluminado para entender cuál es el camino correcto. Si yo, haciendo uso de la libertad limitada que Dios me concede (solo puedo elegir entre dos caminos y no puedo modificar los finales) rehúso obedecer a Dios y elijo el camino malo, ¿eso es una afrenta a la soberanía de Dios? En absoluto.

¿Cuándo estaría en peligro la soberanía de Dios? Si yo pudiese escoger una tercera vía. Supongamos que yo me parase ante los dos caminos que pone ante mí Dios, pero con mi libre albedrío pudiese elegir un camino malo que me lleve a un final bendecido, es decir, pudiera crear un atajo o modificar los resultados; entonces allí tendríamos un claro ejemplo de que Dios no sería soberano, porque yo podría engañarlo como hacían los héroes a los dioses del Olimpo, en la mitología griega. Menoscabar la soberanía de Dios significaría que yo pudiera rechazar lo determinado por Dios (solo dos caminos, solo dos finales), y pudiese crear otras opciones que Él no me ofreció. Seríamos, entonces, merecedores de las acusaciones que nos hacen los calvinistas de pretender, con nuestro libre albedrío, alterar los planes de Dios.

Pero repasemos el caso: Dios predeterminó solo dos caminos con sus correspondientes finales, primeramente, no puedo modificar nada de ello; y además, como soy incapaz para discernir, Dios, mediante su gracia, me ilumina el entendimiento y comprendo lo que tengo delante, y cuál es la opción que me lleva a la vida. No puedo crear atajos ni una tercera vía, solo puedo, haciendo uso de mi albedrío (¡que me lo concedió también el mismo Dios!), elegir un camino. Pero como si esto fuera poco, aunque yo escogiera el camino de muerte que lleva a la condenación eterna no estaría saliéndome de la soberanía de Dios, porque los dos caminos le pertenecen a ÉL; y al final de cada camino estará Dios para dar el premio o el castigo. Es decir, si yo rehúso obedecer a Dios en seguir el camino que Él me recomienda, no por eso estoy haciendo a un lado a Dios, ¡porque ambos caminos están en su mano! Aunque yo eligiera el camino malo ese camino está bajo el señorío de Dios. Nadie puede elegir fuera de Dios, escojas lo que escojas siempre estarás eligiendo a Dios; ya sea eligiendo Su premio, o eligiendo Su castigo, todo es Suyo. El camino, el final, el premio, el castigo, la iluminación, el albedrío, todo, absolutamente todo es de Dios y nadie puede salirse de los marcos establecidos. Por ello me parece realmente absurda la acusación que nos hacen de menospreciar la soberanía de Dios. Por el contrario, esta doctrina hace de Dios un Rey soberano y misericordioso, que por un lado lo predetermina todo, pero siempre deja un margen para la libertad de aquel ser humano que Él creó a su imagen y semejanza. Sin embargo, otras doctrinas hacen de Dios un déspota de misericordia limitada, que tiene miedo de conferirle a su criatura un espacio de libertad, que debería ser consecuente con el castigo o premio prometido.

Según nuestra doctrina, si una persona pudiese preguntarle a Dios «¿Señor, tú quieres que yo sea salvo?» La respuesta sería indefectiblemente «Sí, te estoy dando todas las oportunidades para que lo seas». Según otras doctrinas tendrías un 50% de posibilidades de que sí, y otro 50% de que no; y muy probablemente te encontrarías con esta respuesta: «No, no quiero que seas salvo, quiero que seas condenado; porque aunque mi voluntad rebelada dice que quiero «que todos los hombres sean salvos», sin embargo, tengo una voluntad oculta que dice que no quiero eso».

El libre albedrío (más correctamente: libre albedrío liberado) no consiste en que yo pueda elegir lo que se me da la gana, sino que entre varias opciones predeterminadas por Dios se me permita elegir una. Y esa opción (o causa) que yo elija libremente conlleva una consecuencia que no puedo modificar; por ejemplo, si elijo libremente el camino malo no puedo elegir libremente cambiar su consecuencia o final, que siempre será: la condenación. El libre albedrío glorifica a Dios porque, en primer lugar, es un regalo de ese mismo Dios para el hombre hecho a Su imagen y semejanza, y en segundo lugar, porque el libre albedrío nunca puede elegir algo fuera de los marcos predeterminados por Dios.

El texto en su contexto

1Timoteo 2:1-5 «Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad. Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo.»

Noten la fuerza inclusiva de este texto: se nos manda a que oremos «por todos los hombres» y «todos los que están en eminencia» (no deja afuera a nadie), para que nuestra vida sea un testimonio de «toda piedad y honestidad», y ese testimonio, que agrada a Dios, sea utilizado para que todos los hombres vengan al conocimiento de la verdad y puedan ser salvos, porque esa es la voluntad de Dios (no una voluntad que decreta la salvación de todos, eso sería universalismo, sino que decreta que el acceso a la salvación está abierto a todos con la condición de que crean en el Hijo). Pero nótese también que se afirma «porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres», no entre Dios y algunos hombres, sino en un marco que incluye a todos, esto está más que claro en el contexto. Y por si quedara alguna duda remata diciendo: «Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos», no está hablando en un contexto de «elegidos» como para que podamos especular que se refiere solo a un grupo específico; el contexto del pasaje es extremadamente claro: «todos» es «todos los hombres»; no algo vago como una etnia o una nación, sino algo muy concreto: aquellas personas específicas que nos rodean, y aquellas personas específicas que nos gobiernan, por las cuales se nos manda orar en el versículo 1, que es la clave del texto.

Artículo de Gabriel Edgardo Llugdar para Diarios de Avivamientos 2023.©

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Protestante ¡vuelve a casa! Francisco responde

Seguramente habrán escuchado a más de un apologista católico romano conminándonos, casi con lágrimas en los ojos, a «volver a casa»; un mero eufemismo para denostarnos con educación. Los protestantes somos los «separados», los «hijos pródigos», los «cismáticos», los «descarriados», en fin, los malos hijos que han abandonado a la «Madre Iglesia», y cuya salvación «corre peligro». Estos apologistas no cesan en la búsqueda de algún «protestante convertido a católico» que se convierta en la medalla a exhibir de una batalla ganada; actúan como aquellos religiosos a los cuales recriminaba el Señor:

Mateo 23:15  «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y una vez hecho, le hacéis dos veces más hijo del infierno que vosotros.»

Si ustedes han leído los artículos que publico en mi blog, habrán comprobado que fui uno de los pocos en defender el paso al catolicismo de Santiago Alarcón; y lo defendí porque respeto las decisiones libres que toman las personas libres y que no dañan la libertad de los demás.  ¿Pero cómo se comportaron los apologistas romanistas?, hicieron de Alarcón un botín de guerra, lo pasearon y exhibieron en sus canales como un trofeo de caza: «conocido apologista evangélico se convierte al catolicismo», «famoso youtuber abandona el protestantismo y se hace católico», «Santiago regresó a casa». Pusieron una correa al cuello de Alarcón y lo pasearon por todos lados como un símbolo de la derrota del protestantismo; se aplaudieron mutuamente  mientras colocaban en sus propias sienes los laureles efímeros de una victoria quijotesca; levantaron un Arco del Triunfo y desfilaron cual emperadores exhibiendo ante la plebe los restos mortales de un ex-protestante. Al show de las reliquias, de vírgenes que lloran y hostias sangrantes le agregaron un morbo más: el cuerpo incorrupto de un ex-protestante.

Una de las cosas que más me impactó, de la escabrosa afición de los romanistas por coleccionar reliquias, es lo que hicieron con el cuerpo de mi admirada Teresa de Jesús (Teresa de Ávila); después de muerta, el padre Gracián (su superior inmediato) le cortó la mano izquierda para llevarla a Ávila (finalmente terminó en Lisboa), y un dedo meñique para llevárselo él como amuleto; más adelante, otro fraile tomó un cuchillo y le cortó un brazo para dejarlo en el Convento de Alba, posteriormente el pie derecho y la mandíbula superior fueron llevados a Roma; la mano derecha, un ojo, algunos dedos, más otros trozos de carne y costillas se repartieron por conventos e iglesias de España; al brazo derecho que había quedado en un relicario en el convento de Alba se le agregó el corazón, y posteriormente las partes del cuerpo que quedaron sin saquear. Yo no acierto a saber hoy a dónde se llevaron el cerebro de Santiago Alarcón, en qué relicario lo escondieron.

Me cuesta reconocer al Alarcón de hoy, acabo de ver un vídeo suyo donde hace malabarismos para defender al Papa Francisco quien, haciendo gala de su fina heterodoxia, afirma sin pudor que «todas las personas son hijos de Dios», o que aquellos sacerdotes que utilizan la Biblia para afirmar que la homosexualidad es condenada por Dios «son infiltrados», tienen un «mensaje de odio», y «proyectan sobre los demás sus traumas no superados». ¿Para esto quieren los apologetas romanistas que «regresemos a casa»?, ¿esperan que nos despojemos de la Biblia, la razón y la libre voluntad para colocarlos bajo la sotana del Sumo Pontífice? No nos están pidiendo que volvamos a casa, ¡nos están pidiendo que volvamos a la esclavitud de la cual nos libró el Señor!

Los evangélicos creemos en el libre examen de las Escrituras (no en la «libre interpretación» como falazmente nos acusan los romanistas), y eso es ciertamente maravilloso porque nos libra de la esclavitud dogmática o de la esclavitud jerárquica. Pongamos un ejemplo, a muchos católicos romanos no les convence el dogma de la infalibilidad papal, no solo porque carece de fundamentos bíblicos sino también de fundamentos en la Tradición; tal dogma surgió como consecuencia de la disputa entre los que creían en la supremacía del Papa y los que sostenían la superioridad del Concilio (conciliarismo). Pero a pesar de no comulgar en lo interior con este dogma, esos católicos deberán proclamarlo y enseñarlo, deberán decir como Ignacio de Loyola:

«Debemos siempre tener, para en todo acertar, que lo blanco que yo viere creeré que es negro, si la iglesia jerárquica así lo determinase»[1]

Ignacio de Loyola sostenía que el cristiano, en cuanto a la obediencia a su superior, debe ser como un cadáver que no ofrece ninguna resistencia; Santiago Alarcón es el claro ejemplo de ello, un cadáver cuya inteligencia, voluntad y libertad yacen bajo la lápida de la Infalibilidad papal. Y en esa lápida los apologistas romanistas, que tanto lo aplauden, han escrito su epitafio:

«Aquí yace un ex-protestante que regresó a casa,

Afuera quedó el Evangelio, y el cerebro a los pies del Papa.

¡Seguid su magno ejemplo, oh míseros protestantes!

¡Cambiad a Cristo por María y la Gracia por una Hostia sangrante!

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Cuando se cambia la verdad por la autoridad

Uno llega a preguntarse cómo es posible que alguien que experimentó el Evangelio termine defendiendo a su líder religioso, cuando este contradice a aquel mismo Evangelio. Creo que la clave nos la da un sacerdote católico romano, el padre Gabriel Calvo Zarraute, en su libro De Roma a Berlín:

«Mientras, se reprime a machetazos canónicos, cualquier disidencia interna de signo tradicional, pero nunca, jamás, de ideología modernista… Todo ello, con el agravante de que el deletéreo principio, instalado en la Iglesia desde el Concilio Vaticano I (1870) y cada vez más asentado, consistente en la sustitución de la verdad por la autoridad, ha conllevado que la corrección hacia el superior sea considerada como un inaudito e intolerable ataque a la autoridad divinizada. Deducción ideológica, que no lógica. Quienes osen hacer algo parecido son triturados por los engranajes de la maquinaria burocrática clerical.»[2]

Esto no lo está diciendo un católico ignorante sino alguien que además de ser sacerdote es Licenciado en estudios Eclesiásticos, Diplomado en Magisterio, Licenciado en Teología fundamental, Licenciado en Historia de la Iglesia, Licenciado en Derecho Canónico y tiene un Grado en Filosofía. En resumidas cuentas, Zarraute nos está diciendo que a partir del Concilio Vaticano I, cuando se impuso el dogma de la Infalibilidad Papal, el romanismo cambió la Verdad por la Autoridad; a partir de entonces lo que dictamina el Vaticano es inapelable, y quien se atreva a contradecir al Papa será triturado. La Autoridad humana quedó divinizada y la Verdad divina quedó humanizada. Y el Concilio Vaticano II le dio la estocada final: el modernismo y el relativismo ser sentaron finalmente en la «Cátedra de san Pedro». Por eso el Papa Francisco puede decir alegremente que «todas las personas son hijos de Dios», y nadie absolutamente puede disentir de ello, por el contrario, la consigna no es «defendamos la verdad» sino «¡salgamos a defender al Papa!» Y todos en tropel salen a decirnos «¡que extraordinarias las respuestas del Papa!», «¡el Papa manifestó la misericordia de Dios!», «¡Francisco fue muy comprensivo!» Pero, ¿con quién fue comprensivo el Papa?, ¿con aquellos que se dicen cristianos y no quieren abandonar la práctica del pecado, o con sus sacerdotes que usan las Escrituras para predicar la verdad (a los que tildó de infiltrados y traumados que predican un discurso de odio)? Francisco dice una herejía y todos los apologistas aplaudiendo como focas. Claro, el Magisterio vivo de la Iglesia ha hablado y no se le puede contradecir; al papista solo le queda agachar la cabeza, encogerse de hombros, y hacerse el muerto por santa obediencia ¡que aquí no ha pasado nada!

Recientemente escuché a un apologeta romanista acusándonos a los evangélicos y protestantes de ser relativistas por estar en desacuerdo, entre nosotros, sobre algunas doctrinas; argumentando que si tuviésemos un Magisterio vivo, como ellos, todos interpretaríamos igual la Biblia y tendríamos las mismas doctrinas. Es bien sabido que la mayoría de los apologistas romanistas viven en Narnia, en un mundo de fantasía, y que raramente pisan el suelo de la realidad. Yo le recomendaría a este apologista que eso se lo explique a los obispos alemanes que no creen lo mismo que él. Pero no solo a los del Sínodo alemán, sino a los sínodos que paralelamente se han estado realizando en otras partes del mundo y que han arrojado similares resultados. La Iglesia Católica Romana, después del Concilio Vaticano II, está sumergida en una profunda crisis de relativismo donde ya no hay verdades absolutas. Y como si eso fuera poco, el mismísimo Papa (el Vicario de Cristo, el Sumo Pontífice, el Sucesor de Pedro, el Magisterio vivo Infalible, el Santo Padre) ha soltado alegremente la frase «todos somos hijos de Dios», ¡Que la Virgen Desatanudos nos asista! (¿o más bien la Virgen De Satanudos?

1 Juan 3:8-10  «El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo. Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios. En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios.»

Romanos 8:14  «Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.»

Romanos 9:7-8  «ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: En Isaac te será llamada descendencia. Esto es: No los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como descendientes.»

Los que hemos seguido, aunque sea un poquito, la trayectoria del pensamiento del Papa Francisco sabemos que cuando dijo «todos» quiso decir «todos»; no se estaba refiriendo  a los católicos en particular, ni a los bautizados, ni a los cristianos en general. Convengamos que este Papa está en la línea de pensamiento modernista o progresista, por eso considera despectivamente a la evangelización activa como «proselitismo». Él realmente cree que todos los seres humanos son hijos de Dios, sin importar sus creencias; por ejemplo: un musulmán que practica honestamente su religión es un hijo de Dios, un budista que practica honestamente su religión es un hijo de Dios, ¡si eso no es modernismo que venga san Pío X y lo aclare!

Precisamente tengo en mis manos el «Catecismo Mayor de San Pío X», leamos lo que desde Roma se enseñó:

#151.- ¿Qué es la Iglesia Católica? – La Iglesia Católica es la sociedad o congregación de todos los bautizados que, viviendo en la tierra, profesan la misma Fe y Ley de Cristo, participan en los mismos Sacramentos y obedecen a los legítimos Pastores, principalmente al Romano Pontífice.

#155.- ¿No pertenecen, pues, a la Iglesia de Jesucristo tantas sociedades de hombres bautizados que no reconocen al Romano Pontífice por cabeza? – No, todos los que no reconocen al Romano Pontífice por cabeza no pertenecen a la Iglesia de Jesucristo.

#170.- ¿Puede alguien salvarse fuera de la Iglesia Católica, Apostólica, Romana? – No, fuera de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana nadie puede salvarse, como nadie pudo salvarse del diluvio fuera del Arca de Noé, que era figura de esta Iglesia.

#226.- ¿Quiénes están fuera de la verdadera Iglesia? – Están fuera de la verdadera Iglesia los infieles, los judíos, los herejes, los apóstatas, los cismáticos y los excomulgados.

#227.- ¿Quiénes son los Infieles? – Infieles son los que no tienen el Bautismo ni creen en Jesucristo, o porque creen y adoran falsas divinidades, como los idólatras, o porque, aun admitiendo al único verdadero Dios, no creen en Cristo Mesías, ni como venido ya en la persona de Jesucristo ni como que ha de venir: tales son los mahometanos y otros semejantes.

Recordemos que el Papa, para los romanistas, es infalible en las definiciones que atañen a la fe y a las costumbres; y el Catecismo es precisamente el compendio de todo ello. Antes del Concilio Vaticano II, el Magisterio de Roma enseñaba enfáticamente que la única Iglesia verdadera es la Católica Romana, que fuera de ella y fuera de la sujeción al Papa no hay salvación posible; por lo tanto los infieles, es decir, aquellos que no están bautizados o creen en otros dioses, y los cismáticos (protestantes y evangélicos) no pueden de ninguna manera ser salvos. Teniendo un Catecismo tan enfático ¿por qué el Papa Francisco se atreve a afirmar que «todos somos hijos de Dios»? Simplemente porque es coherente con su modernismo y progresismo, aunque ello le lleve a contradecir el Evangelio y los Dogmas aprobados por los papas anteriores.

Los obispos alemanes han resuelto aprobar el ingreso a los seminarios católicos de personas no binarias, además de la bendición a parejas homosexuales; y aunque el Papa ha pretendido distanciarse de ellos, la realidad es que no son dos caminos totalmente diferentes, sino que se terminarán uniendo en un punto común más adelante. ¿Por qué se fusionarán los dos caminos en un futuro no lejano? Porque tanto los del Sínodo Alemán como el Papa son modernistas y progresistas, solo que los primeros van corriendo y el Papa va en silla de ruedas; pero ambos apuntan a lo mismo.  Pero viajemos un poco al futuro.

El difunto papa emérito Benedicto XVI advirtió, antes de morir, que los seminarios católicos estaban llenándose de homosexualidad; bien, en esos seminarios se están formando los futuros líderes de la iglesia Católica Romana, sacerdotes, obispos, cardenales y papas. Llegará un momento en la historia en que la mayoría de los cardenales estarán a favor de ver las relaciones homosexuales como una conducta libre de pecado, elegirán a un Papa tan progre como ellos, y este, teniendo el apoyo de obispos y cardenales que surgieron de esos mismos seminarios corruptos, definirá un Dogma aprobando las uniones homosexuales. Entonces todos los católicos, que desde el Concilio Vaticano I se pusieron una soga al cuello aprobando la Infalibilidad Papal,  tendrán que agachar la cabeza y obedecer si poder contradecir tal Dogma. Y, paradójicamente, esos apologistas romanistas que ahora nos critican a los protestantes por poder disentir y discutir libremente entre nosotros sobre ciertas doctrinas, nos envidiarán porque ellos no podrán hacer lo mismo; sino que tendrán que hacer videos en YouTube afirmando que el Papa tiene razón, y que ver dos barbudos amándose es algo maravilloso. 

A los apologistas papistas les decimos: por favor, dejad de invitarnos a «volver a casa», porque vosotros no tenéis casa, solo tenéis ruinas, y lo poco que os queda en pie se os está cayendo encima. Así que nosotros, vuestros «hermanos separados», os advertimos ¡huid de Roma! Escapad antes que esas ruinas se os terminen cayendo encima y os aplasten. ¡Venid con nosotros y experimentaréis la libertad gloriosa de los hijos de Dios!

Juan 1:12  Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios;

Artículo de Gabriel Edgardo Llugdar para Diarios de Avivamientos 2023 ©


[1] Ignacio de Loyola († 1556), fundador de la Compañía de Jesús, conocida como la Orden de los Jesuitas. Fue un ex soldado, como religioso participó activamente en la Contrarreforma. Esta cita pertenece a su decimotercera regla.

[2] De Roma a Berlín. La protestantización de la Iglesia Católica. Volumen I. Editorial Homo Legens, p. 44-45.

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¿Se Corrompió la Iglesia Católica?

Si ustedes prestan atención a los argumentos esgrimidos por los apologistas romanistas descubrirán que todos (por muy lógicos que suenen) siempre parten de una premisa que para ellos (y sus seguidores) es el fundamento de todo: la iglesia Católica Romana es la iglesia fundada por Cristo y por lo tanto no se puede corromper. Mi tesis es que esta premisa es indefendible e insostenible, por lo tanto todo lo que coloquen encima de este fundamento está viciado de nulidad.

En capítulos anteriores expliqué que Jesucristo fundó o estableció su Iglesia en Jerusalén (no en Roma), y que podemos datar su presentación pública en el día de Pentecostés, inaugurada con el discurso del apóstol Pedro. Desde Jerusalén el Señor les dio el mandato de ir a todas las naciones: «pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra» (Hechos 1:8). No hay ningún mandato para establecer un centro operativo en algún lugar específico, es más, el Señor pone como eje Jerusalén, desde allí hasta el último rincón del mundo. ¿Había algún obispado con mayor razón para reclamar ser el centro de la iglesia visible que la misma Jerusalén? No. En esa ciudad Cristo había sido crucificado, había resucitado, se había derramado el Espíritu Santo y la Iglesia dio sus primeros pasos. ¿Por qué no podían reclamar los obispos jerosolimitanos ser los sucesores del apóstol Pedro, si allí comenzó todo?

En realidad, en los primeros siglos ningún obispo reclamó una supremacía sobre toda la Iglesia, todos ellos se consideraban sucesores de Pedro y de los apóstoles.

«Nadie, en efecto, de nosotros se ha constituido en obispo de obispos, ni puede obligar con tiránico imperio a sus colegas a la necesidad de obedecer, ya que en virtud de su libertad y su potestad tiene cada obispo su propio criterio, y no puede ser juzgado él por otro, como tampoco puede él juzgar a otro; al contrario, todos nosotros hemos de esperar el juicio de nuestro Señor Jesucristo, que es el único que tiene el poder de ponernos al frente en el gobierno de su Iglesia, y de juzgar sobre nuestra actuación.»  [Texto de san Cipriano de Cartago presentado por Agustín en su Tratado sobre el Bautismo – Libro II.II.3, Traductor: P. Santos Santamarta, OSA]

Cipriano (confirmado luego por Agustín) es muy claro: «nadie de nosotros se ha constituido en obispo de obispos», esto lo está diciendo en el siglo III. ¿Cuándo, entonces, un obispo comienza a reclamar ser cabeza visible de la Iglesia, obispo de obispos, y tener supremacía universal? No será hasta después de que la capital del imperio sea trasladada a Constantinopla (la nueva Roma) y su obispo alcance tanta eminencia y autoridad como el de la vieja Roma. Según una disposición del emperador Constantino la dignidad de un obispo debía corresponderse con la dignidad de la sede que ocupaba; por lo tanto, el obispo de la nueva capital del imperio competía en dignidad con el de Roma, por estar ambos obispados en capitales imperiales. Pero viajemos un poco más hacia atrás.

Con la progresiva destrucción de Jerusalén, a partir del año 70 por Tito, la iglesia jerosolimitana se vio mermada y perdió mucha importancia ante otras sedes que crecieron exponencialmente, como la de Antioquía, Alejandría, Roma o la misma Constantinopla. Estas cinco sedes episcopales terminaron constituyéndose en centros principales del gobierno en la Iglesia, y se les conoció como «la pentarquía».

Roma era el lugar a donde se enviaban los líderes cristianos para ser martirizados, como por ejemplo Ignacio de Antioquía, Pablo, Pedro y muchos otros ministros; la sangre de los mártires derramada en dicha ciudad tuvo un peso muy importante en el cristianismo primitivo. A esto debemos sumar que cuando la Iglesia obtuvo la paz y el reconocimiento estatal, Constantino le otorgó una alta dignidad al obispo de Roma para que se correspondiese con la jerarquía de la ciudad. Así, la iglesia de Roma alcanzó un gran prestigio por su perseverancia en tiempos de persecución, sus mártires, su ortodoxia en la doctrina, por ser una sede apostólica, y por el posterior reconocimiento imperial; por todo esto los demás obispos y patriarcas le concedieron al obispo de Roma el reconocimiento de primo inter pares = primero entre iguales. Esto se conoce como la primacía del obispo de Roma, entiéndase bien: primacía, no supremacía; es el que está primero entre otros iguales, no el que está por encima de los demás.

Todo esto lo podemos ver claramente en las palabras de san Teodoro de Studion († 826) cuando escribiendo al emperador invoca el papel de los patriarcas para decidir en cuestiones espirituales:

«Nuestra discusión no versa sobre cuestiones mundanas. Al emperador y a los tribunales seculares les compete juzgarlas. Ahora estamos hablando de cuestiones divinas que no incumben más que a aquel a quien dijo el Verbo divino: «Todo lo que atares sobre la tierra quedará atado en el cielo y todo lo que desatares sobre la tierra quedará desatado en el cielo». ¿Quiénes han recibido este mandato? Han sido los apóstoles y sus sucesores. ¿Quiénes son estos últimos? El que se sienta en el trono de Roma y que es el primero; el segundo es quien se sienta en el trono de Constantinopla. Tras de éstos están los que se sientan en los tronos de Alejandría, Antioquía y Jerusalén. He aquí la autoridad pentárquica de la Iglesia. Ellos son los que tienen autoridad para fallar sobre los dogmas divinos. El emperador y las autoridades civiles están obligados a prestarles su apoyo y a confirmar aquello que decidan.»    [Mitre Fernandez, Emilio. Historia del Cristianismo II. El mundo medieval. Editorial Trotta 2006, p. 50-51.]

Nótese como Teodoro le explica al emperador que el poder de atar y desatar les fue conferido a los apóstoles y a sus sucesores, y cuando se refiere a los sucesores apostólicos nombra a los dos obispos más importantes de la cristiandad: el primero es el que se sienta en el trono de Roma (el obispo romano), y el segundo el obispo constantinopolitano; detrás de estos dos vienen el resto de la pentarquía. Estamos en el siglo IX y no vemos nada parecido a un obispo de obispos, a un exclusivo sucesor de san Pedro que ejerce su autoridad sobre toda la Iglesia; por el contrario, vemos a cinco obispos que lideran en independencia sus sedes, que colaboran mutuamente en caso de dificultad y que entre ellos reconocen un orden dentro de la plena igualdad. Hasta aquí no existe la Iglesia Católica Romana como nos quieren hacer creer los apologistas romanistas. Lo que encontramos hasta el siglo X es una Iglesia Católica, que abarca el todo, a todos los obispados; donde no hay ningún obispo que gobierne por sobre el resto, sino que cada patriarcado mantiene la autonomía de gobierno. Lo que sí existe es una creciente contienda entre los dos patriarcados más importantes, el de Roma y el de Constantinopla, cuyos obispos  terminan disputando ferozmente entre sí; el romano por dominar a toda la Iglesia, el constantinopolitano por mantener la independencia de su sede.

«En efecto, la posición primacial de Roma es considerada como fruto de su papel de capital del imperio; del mismo modo, la «nueva Roma» tenía que gozar de los mismos privilegios, aunque en un segundo orden detrás de la «antigua Roma», ya que también ella ha sido honrada con la presencia del emperador y del senado. El primado de honor de la Iglesia de Constantinopla era sancionado además por la indicación del ámbito jurisdiccional cubierto por aquel que habría sido su patriarcado. En efecto, al obispo de la capital se le reservaba el privilegio de consagrar a los metropolitas de las diócesis del Ponto, del Asia y de Tracia, así como a los obispos pertenecientes a dichas diócesis que actuasen en territorio de los bárbaros… Es verdad que las razones aducidas en apoyo de los privilegios constantinopolitanos ignoraban totalmente la legitimación apostólica y minaban de hecho la doctrina petrina, promovida especialmente por los papas del siglo V, y de manera peculiar por León. Desde este punto de vista, el contraste entre estas dos perspectivas de la Iglesia de oriente y de la Iglesia de occidente no podía ser más claro… En las relaciones entre oriente y occidente destacaba con fuerza una autoridad eclesial que muy pronto le disputaría a Roma un perfil ecuménico, aunque fuera tan sólo en un ámbito geográfico más próximo. De esta manera quedaban asentadas las premisas de los futuros conflictos entre las dos sedes, que contribuirán junto con otros motivos al cisma entre ambas partes de la cristiandad.»   [Alberigo, Giuseppe. Historia de los Concilios Ecuménicos. Ed. Sígueme, p. 93-94]

Llegamos al siglo XI y las tensiones originadas por la ambición desmedida del obispo de Roma llegan al límite, en el año 1054 se produce la trágica división de la Iglesia Católica con la mutua excomunión de los dos obispos más importantes de la cristiandad. La iglesia Católica Romana dirá que los orientales se separaron de la verdadera Iglesia, por su parte los Católicos Ortodoxos dirán que fueron los occidentales los que se separaron de la verdadera Iglesia; lo cierto es que aquella trágica división durará hasta nuestros días. La Iglesia que había fundado Jesucristo fue experimentando a través de los siglos una profunda metamorfosis a causa de las disputas por poder; el obispo de Roma no se conformaba con ser el primero, quería ser el único, esto significaba avasallar las autonomías de los demás patriarcados.

Los apologistas católicos romanos nos dicen que la iglesia representada por el Papa es la Iglesia fundada por Jesucristo, la Historia nos demuestra todo lo contrario. El apóstol Pedro no reconocería hoy a esa iglesia obsesionada por el poder, por el absolutismo y por la hegemonía universal. La iglesia Católica Romana se atribuyó una autoridad que no le fue dada por nadie, destruyó con su ambición la pentarquía, y fue la causante de la división de la Iglesia en el siglo XI. Los obispos de Roma, a partir de la dignidad que les confirió el emperador por estar en una capital imperial, no cesaron en la búsqueda del poder absoluto; empeño que se vio frustrado ante la creación de una nueva capital imperial: Constantinopla. Los papas romanos siempre vieron con recelo el prestigio y la autoridad creciente de los patriarcas orientales, quienes también recibieron favores y dignidades imperiales. En esta guerra de dos bandos no se escatimaron esfuerzos para doblegar al contrincante, alianzas políticas, falsificación de documentos, acusaciones, anatemas y excomuniones mutuas.

¿La Iglesia se corrompió?

Uno de los argumentos que más utilizan los apologetas romanistas es el de la incorruptibilidad de la Iglesia. Ellos afirman que si decimos que la Iglesia Católica se corrompió estaríamos contradiciendo al Señor que afirma en su palabra:

Mateo 16:18  «Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.»

Mateo 28:20  «enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.»

Primeramente hay que recordar aquí que los romanistas se atribuyen la exclusividad: son ellos la verdadera Iglesia; esta es la primera falacia pues como vimos anteriormente una cosa es la Iglesia Católica (la Iglesia de carácter universal que fundó Cristo) y otra muy distinta la iglesia Católica Romana (la que se desarrolló bajo la influencia de la capital imperial de Roma). Así que las preguntas serían dos:

  1. ¿Se corrompió la Iglesia Católica, la universal, la que fundó Cristo?
  2. ¿Se corrompió la iglesia Católica Romana, la que tiene sede en Roma?

A la primera pregunta respondemos: No. La Iglesia de Cristo no se corrompió, ni las puertas del Hades han prevalecido contra ella. Siempre habrá un remanente fiel que persevera entre los distintos grupos que conforman la cristiandad. En este mundo, el trigo y la cizaña crecen juntos, pero nunca faltará el verdadero trigo.

A la segunda pregunta respondemos: Sí. La iglesia Católica Romana, como institución visible, ha sufrido una corrupción paulatina y cada día es más evidente.

La Iglesia espiritual no se corrompe ni es doblegada por el infierno, pero las instituciones eclesiales visibles sí son propensas a la corrupción, a la fosilización, o a la muerte.

Analicemos el caso de las siete iglesias de Apocalipsis: si bien la Iglesia fundada por Cristo es una sola, sin embargo allí el Señor se dirige a cada grupo por separado. Entre esos grupos o iglesias locales encontramos algunas que son celosas de la correcta doctrina, otras que son fieles en la tribulación, otras que no niegan su fe aunque les cueste la vida, etc. Pero lo más sorprendente es la amenaza que lanza sobre alguna de ellas:

A la iglesia de Éfeso: «Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido.»

A la iglesia de Sardis: «Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto. Sé vigilante, y afirma las otras cosas que están para morir; porque no he hallado tus obras perfectas delante de Dios… arrepiéntete. Pues si no velas, vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti.»

A la iglesia de Laodicea: «Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. »

Éfeso no era la Iglesia, ni Sardis, ni Laodicea tampoco, solo eran una parte visible de la Iglesia invisible; y es evidente por lo que leemos en Apocalipsis que una parte visible de la iglesia sí se puede corromper. Y lo que es peor de todo, se puede tener nombre de vivo y estar muerto. Las advertencias del Señor al respecto son muy duras: «quitaré tu candelero», «vendré sobre ti como ladrón», «te vomitaré de mi boca». La iglesia Católica Romana, en su estructura jerárquica, en su desarrollo dogmático, en su praxis y en su liturgia, ha sufrido desviaciones y corrupciones al igual que las mencionadas iglesias del Apocalipsis. El Señor le garantiza a la Iglesia su asistencia permanente, pero nunca le garantiza a un grupo particular su asistencia incondicional; por lo tanto mienten los apologistas católicos romanos cuando quieren hacernos creer que su iglesia, que es solo una parte del todo, nunca puede equivocarse. Se equivocó la iglesia de Éfeso, se equivocó la iglesia de Sardis, se equivocó la iglesia de Laodicea, ¿y quieren hacernos creer que la Iglesia de Roma nunca podrá equivocarse o desviarse? El Señor no tiene compromiso con ningún grupo o estructura clerical, y quitará el candelero de aquellos que no permanezcan fieles, esto está muy claro en las Escrituras.

 Apocalipsis 3:4  «Pero tienes unas pocas personas en Sardis que no han manchado sus vestiduras; y andarán conmigo en vestiduras blancas, porque son dignas. »

Aún en iglesias que están moribundas existe un remanente fiel, a veces ese remanente permanece dentro de la estructura eclesial corrupta sin manchar sus vestiduras; otras veces abandonan esa estructura y forman una nueva comunidad. La jerarquía eclesiástica acusará a este remanente de salirse de la verdadera Iglesia, cuando en realidad no están ellos abandonando o saliéndose de la Iglesia, sino ejerciendo su vitalidad en una nueva etapa de la única y universal Iglesia de Cristo.

Los evangélicos hemos salido, mayoritariamente, de la iglesia Católica Romana porque creemos que Dios ha quitado su candelero de allí; y hemos buscado otros movimientos revitalizadores donde vivir una espiritualidad más plena conforme a las Escrituras. Los apologetas romanistas no deberían preocuparse por nosotros los evangélicos ya que no estamos adosados a una estructura corrupta, sino más bien deberían preocuparse de sus rebaños que deambulan perdidos y desamparados como ovejas que no tienen pastor; y deberían hacerlo con la mayor prontitud antes de que la iglesia Católica Romana se corrompa del todo.

Artículo de Gabriel Edgardo Llugdar para Diarios de Avivamientos 2023

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La Intercesión de los santos – Respuesta a los apologistas católicos romanos

Continuamos con nuestra serie sobre respuestas a los apologistas católicos romanos, capítulo IV

Leemos en el Catecismo de la iglesia Católica:

#956 «Por el hecho de que los del cielo están más íntimamente unidos con Cristo, consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la santidad […] No dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por medio del único mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que adquirieron en la tierra […] Su solicitud fraterna ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad» (LG 49). «No lloréis, os seré más útil después de mi muerte y os ayudaré más eficazmente que durante mi vida» (Santo Domingo, moribundo, a sus frailes: Relatio iuridica 4). «Pasaré mi cielo haciendo el bien sobre la tierra» (Santa Teresa del Niño Jesús, Verba).»

¿Hay textos bíblicos que respalden el dogma de la intercesión de los santos?

Tengamos siempre presente que por «santos» nos referimos aquí a los que ya han muerto y están ahora en la presencia de Dios.

Examinaremos algunos textos de las Escrituras para saber si avalan tal creencia. Los apologistas católicos romanos presentan el siguiente pasaje bíblico:

Apocalipsis 6:9-10  «Cuando abrió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían.   Y clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra?»

A simple vista en este texto no encontramos nada sobre intercesión por terceros, sino más bien un clamor por justicia y venganza por lo que ellos mismos han vivido; pero no oraciones por los cristianos que están en la tierra. Aquí, responderán los católicos, la Biblia no está negando que ellos también pudieran pedir por otros, y que si ellos pueden clamar por venganza también pueden pedir otras cosas y ser oídos por Dios; totalmente de acuerdo, les concederé este punto a cambio de que confiesen que entraríamos entonces en el terreno de la especulación; pero nosotros estamos buscando pruebas bíblicas, no interpretaciones alegóricas o místicas. Ahora los apologetas romanistas nos presentarán otros textos:

Apocalipsis 5:8  «Y cuando hubo tomado el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero; todos tenían arpas, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos»

Apocalipsis  8:3  «Otro ángel vino entonces y se paró ante el altar, con un incensario de oro; y se le dio mucho incienso para añadirlo a las oraciones de todos los santos, sobre el altar de oro que estaba delante del trono.»

Creo que la interpretación primera, que surge a simple vista, es que esas «oraciones de los santos» se refieren a la de los fieles que están en la tierra, los que claman como David:

Salmo 141:2  «Suba mi oración delante de ti como el incienso, El don de mis manos como la ofrenda de la tarde.»

Soy consciente de que esta interpretación no les satisfará a ellos, y objetarán diciendo: «allí no aclara que esas oraciones sean de los santos de la tierra o de los que están en el cielo (representados por los 24 ancianos)». Bien, les concederé este punto también, pero como dicen en España «ni pa’ ti, ni pa’ mí»

También los apologistas romanistas nos dirán que Job intercedió por sus amigos, Abraham por Sodoma y Gomorra, Moisés por el pueblo, María por los esposos de Caná, etc.; el problema es que todos estos ejemplos bíblicos se refieren a personas intercediendo por otras en esta tierra, no de intercesores que pasaron de esta vida a la otra.  El único ejemplo que tenemos de alguien tratando de interceder desde el otro lado es el caso del rico que intercede por su familia ante Abraham, pidiéndole que envíe a Lázaro para que les testifique; pero ya todos sabemos la respuesta de Abraham.

Otro texto que podríamos considerar es

Hebreos 12:1  «Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante»

Este versículo viene a continuación de lo que conocemos como «la galería de los héroes de la fe», esos hombres y mujeres que fueron fieles en esta vida; y el autor de esta epístola nos dice que ellos constituyen una grande nube de testigos que tenemos alrededor nuestro. ¿Pueden ellos interceder por nosotros? Es la pregunta a responder.

Personalmente no creo que los fieles que han muerto, y ahora se encuentran en la presencia de Dios, estén completamente desconectados de lo que sucede aquí abajo. Tampoco creo que se pasen el tiempo en el cielo contando estrellas o descubriendo formas en las nubes, porque aunque la Biblia no da muchos detalles de la actividad de los santos en el cielo, nos dice lo siguiente sobre Jesús:

Hebreos 7:25  por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos.

Si Cristo está siempre intercediendo por nosotros, es normal pensar que los santos en el cielo están también acompañando a su Señor en esta tarea. Creo que cualquiera de nosotros, si partiésemos de este mundo para estar con Cristo, siendo conscientes de lo que padece un cristiano en esta vida y estando allá tan cerca del Señor, no nos olvidaríamos de pedirle por la Iglesia que continúa luchando a aquí abajo. Pero este no es el problema, porque no hay nada de extravagante en pensar que los fieles que ya han partido (la Iglesia triunfante) estén ahora en el cielo intercediendo de alguna manera por los fieles que siguen aquí (la Iglesia militante).

El problema surge con el planteamiento que de ello encontrarás en la iglesia Católica Romana, donde los santos celestiales no solo interceden por la Iglesia militante, sino que pueden escuchar y responder nuestras plegarias dirigidas a ellos. Ese es el punto crítico que nos separa. Lo primero que debemos hacer para investigar correctamente esto es preguntarnos ¿existe algún texto bíblico que respalde o dé a entender la intercesión de los santos tal cual lo enseña el romanismo?, la respuesta es no. Entonces convengamos que este partido se juega en el campo de la especulación. Si ustedes se fijan bien en el #956 del Catecismo de la iglesia romana (que coloqué al principio de este capítulo) comprobarán que no utilizan versículos bíblicos para respaldar su enseñanza, solo usan frases de santo Domingo y de santa Teresa del Niño Jesús, esto se debe a que no hay fundamentos escriturales para tal dogma.

En segundo término deberíamos preguntarnos ¿es lógico pensar que los que están en los cielos pueden oír nuestra plegaria y respondernos? Recuerden que como no hay respaldo bíblico recurrirán a la especulación. El apologeta romanista primero toma el pasaje de 2ª de Pedro 1:4 «nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina», y luego afirma que como los que están en los cielos participan de esa naturaleza divina, es lógico pensar que tengan una capacidad extraordinaria para escuchar las oraciones que en todo el mundo se les esté haciendo. Esto, me parece a mí, se aproxima más a la herejía enseñada por Cash Luna y otros sobre «Jehová junior», y digo que es una herejía porque la Biblia nos dice en hebreos 12:10 «para que participemos de su santidad», es decir, ser participantes de la naturaleza divina es llegar a participar se sus atributos morales, no de sus atributos de poder. Cuando tengamos un cuerpo glorificado tendremos una inteligencia y sabiduría en toda su potencia (como debería tener el ser humano si no hubiese caído en el pecado en el Edén), pero eso no significa que vayamos a ser «un poquito omniscientes», «un poquito omnipresentes» o «un poquito omnipotentes» como si fuésemos dioses en miniatura; no, no significa en absoluto tal cosa. El apologeta romanista con este argumento, inconscientemente, convierte a María y a los santos difuntos en «pequeños dioses» capaces de tener omnisciencia y omnipresencia.

Lo que si tenemos claro en las sagradas Escrituras es a quién debemos dirigir nuestras oraciones:

 Mateo 6:9  «Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.»

Esta es la única «fórmula bíblica», si alguien quiere inventar otra que no cuente con nuestra aprobación. Todas nuestras oraciones van dirigidas al Padre, y según las Escrituras tenemos dos intercesores:

Romanos 8:26  «Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.»

Romanos 8:34  «¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. »

Pero a estas dos intercesiones le podemos agregar una tercera. Y es aquí donde los apologetas romanistas más nos acusan de inconsistentes y de contradecirnos a nosotros mismos; pues nos echan en cara que no les pidamos a los santos difuntos que intercedan por nosotros, y en cambio les pedimos a los santos vivos que intercedan por nuestras necesidades. No creo que la respuesta a esta acusación sea muy difícil, baste con decir que lo primero no es un mandato divino y lo segundo sí lo es; que me muestren los apologistas romanistas dónde nos manda el Señor a pedir la intercesión de los santos difuntos, y yo les mostraré donde sí nos ordena la intercesión unos por otros aquí en la tierra:

Efesios 6:18  « siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos»[1]

Santiago 5:16  «Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho. »

Los cristianos intercedemos unos por los otros en oración ante Dios, es verdad, pero nuestra oración sigue siendo dirigida al Padre; no le encendemos un cirio ni besamos la foto del hermano al que le pedimos que interceda por nosotros; y repito lo ya dicho, no hay ningún indicio bíblico de intercesión directa hecha de creyentes muertos en favor de los vivos. Por ejemplo, leamos un poquito más del texto de Efesios que leímos más arriba:

 Efesios 6:18-19  «siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos, y también por mí, para que me sea dada la Palabra al abrir mi boca y pueda dar a conocer con valentía el Misterio del Evangelio»[2]

Romanos 15:30  Pero os ruego, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu, que me ayudéis orando por mí a Dios»

¿Por qué Pablo, por ejemplo, no pidió la intercesión del primer santo mártir del cristianismo, Esteban, al que conoció en vida? El apóstol nos manda a interceder unos por otros, pero nunca nos enseña a pedir la intercesión de un santo difunto, esto es irrefutable. 

Los evangélicos sabemos muy bien lo que es la intercesión, porque continuamente oramos unos por los otros; y cuando le pedimos a un hermano que interceda en oración por nosotros se da por hecho que lo hará. Pero en el mundo católico romano pocos encontrarás que intercedan por ti (haz la prueba), te dirán que pidas la intercesión de María, de san Charbel, de santa Teresita, etc., así se quitarán de encima el problema.

Es lógico creer que los fieles creyentes, que ya están en el cielo, intercedan por la Iglesia aquí en la tierra como lo hace el Señor;  lo que no es lógico es creer que ellos puedan oír nuestra plegaria invocando sus nombres particulares, o que cada santo tenga su «especialidad» como veremos más adelante.

Creemos que la Iglesia es una, y está compuesta por los santos vivos y los que ya partieron, es decir que creemos en la comunión de los santos, tal cual nos muestra la Escritura:

Hebreos 12:22-24  «sino que os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel.»

Este pasaje bíblico que acabamos de leer explica bien lo que es la «comunión de los santos», allí nos dice que cuando entramos a la Iglesia (la Jerusalén Celestial) hemos entrado a la compañía de ángeles, de los inscritos en los cielos (los creyentes), de los justos hechos perfectos (los creyentes que ya están en el cielo), y a la compañía de Dios y de Cristo. Todos los creyentes (vivos o difuntos) conformamos el Cuerpo de Cristo, y ese Cuerpo está vivo en su totalidad; por lo cual es imposible creer que los fieles difuntos están completamente desentendidos de la iglesia aquí en la tierra (eso sería como creer que la mitad del Cuerpo de Cristo está inactivo o paralizado); y esto también está en conformidad con los primeros Padres de la Iglesia que enseñaban que los fieles, que ya estaban en la presencia de Dios, intercedían desde el cielo por la Iglesia. Pero una cosa es creer que desde el cielo se intercede por nosotros, y otra muy distinta el creer que podemos hablar con un santo difunto y pedirle «favores» personales.

A continuación les dejo una lista con los santos patronos para enfermedades y casos difíciles (tomado de webs católicas):

  • San José: para conseguir vivienda
  • San Judas Tadeo: para causas imposibles
  • San Expedito: para causas urgentes
  • San Cayetano: para trabajo y pan
  • San Juan de Dios: para alcoholismo
  • San Antonio de Padua: para amputados
  • San Vito: para la ansiedad
  • San Alfonso M. de Ligorio: para la artritis
  • San Felipe Neri: para las articulaciones
  • San Pancracio: para los calambres
  • Santa Lucía: para la vista
  • San Drogón: para la depresión (no es una broma)
  • San Valentín: para los desmayos
  • San Carlos Borromeo: para dolores estomacales
  • San Timoteo: para enfermedades del estómago
  • San Andrés: para la gota
  • San Acasio: para dolores de cabeza
  • Santa Bárbara: para las tormentas y rayos
  • San Artemio: para enfermedades genitales

Y si todo esto falla, siempre podrás recurrir a la Virgen Desata Nudos

Conclusión:

Los romanistas acusan a los evangélicos de ser poco razonables en su fe, bien, que me expliquen los queridos apologistas católicos ¿qué tiene de razonable tener un santo para los genitales, otro para el reuma, otro para los oídos, para los ojos, o una Virgen que desata nudos?

En la Iglesia Católica Ortodoxa también se pide la intercesión de los santos, es verdad, aunque en su favor diremos que lo hacen de una manera más controlada, no todo icono es válido ni se cae en la confusión idolátrica, como en la iglesia Católica Romana; en donde si quieres conseguir novio/a tienes que poner de cabeza una imagen de san Antonio y rezarle hasta que el amor llegue a tu puerta.

Pero mostrémosle a los apologetas romanistas en qué degenera su incontrolada devoción a los santos: tenemos a san Cucufato (san Cugat, en Cataluña), patrono de los objetos perdidos,  y quien quiera recuperar lo que perdió deberá hacer la siguiente oración mientras se hacen nudos en un pañuelo:

¡Ah! ¡La iglesia Católica Romana es la única cuya fe es razonable! Ya pueden ir agarrando un pañuelo los apologistas católicos, y comenzar a hacerle nudos para ver si san Cucufato les devuelve la vergüenza que perdieron…

Artículo de Gabriel Edgardo Llugdar para Diarios de Avivamientos y Diarios de la Iglesia 2023


[1] Traducción Biblia de Jerusalén 1976

[2] Ídem

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¿Cómo sé que la Biblia es Palabra de Dios?, una respuesta a los apologistas católicos romanos

«¿Crees que la Biblia es Palabra de Dios?»

«Sí, lo creo.»

«¿Y cómo sabes que es Palabra de Dios?»

«¿…?»

Algunos apologetas romanistas nos quieren hacer creer que nuestra fe no tiene fundamento razonable pues no podemos demostrar, por medio de la razón, en qué nos basamos para asegurar que la Biblia es Palabra de Dios. ¿Y cómo sabes que la Biblia es Palabra de Dios? Según ellos, nosotros no tenemos respuesta a esa pregunta porque la única forma posible de afirmar que la Biblia es Palabra de Dios sería diciendo que lo creemos porque así lo afirma la Iglesia Católica, pues ella es quien nos dio esa Biblia; y como nosotros no creemos en la Iglesia Católica no tenemos lógica en lo que afirmamos. En este punto quiero recordarles hermanos que los apologistas romanistas muy difícilmente puedan afirmar algo sin manipular (distorsionar) las Escrituras, a los Padres de la Iglesia y a toda la Historia de la Iglesia; por eso este planteamiento que nos hacen es falaz desde su origen.

La falacia en este argumento romanista consiste precisamente en hacernos creer que fue la iglesia Católica Romana la que nos dio la Biblia, que fue un papa quien recopiló los escritos sagrados y le dijo a la cristiandad: «¡He aquí la Palabra de Dios!». Nada más lejos de la realidad, eso es pura fantasía. La verdad es que fue toda la Iglesia la que durante varios siglos participó en la labor de recopilación, validación, selección y aprobación de los textos canónicos, y en donde el obispo de Roma fue solo uno más entre los muchísimos obispos que con autoridad apostólica recopilaron esos textos sagrados.

Un poco de historia:

«Los criterios de canonicidad invocados para el establecimiento del canon neotestamentario fueron básicamente tres: el origen apostólico del escrito en cuestión, el uso tradicional del mismo en la liturgia desde tiempos inmemoriales y el carácter ortodoxo de la doctrina expuesta.»    [TREBOLLE BARRERA, Julio. La Biblia judía y la Biblia cristiana. Introducción a la historia de la Biblia. Edit. Trotta, p. 166]

Algunos apologetas romanistas suelen decir que la lista del canon de las Sagradas Escrituras fue entregada a la Iglesia por primera vez por el papa Dámaso, en lo que se conoce como Decretum Damasi; en realidad no es así, y no lo digo yo, lo dice el Dezinger[1]: «Aunque el texto no sea autentico, se piensa no obstante que sus enunciados fundamentales son damasianos.» «Se trata de documentos de época diferente, que fueron recopilados al principio del siglo VI por un clérigo, en el Norte de Italia o en el Sur de Francia.» [Dezinger-Hünermann, introducción a *178 y *350].  Básicamente el texto no es auténtico y es muy posterior, y no se puede utilizar como prueba. Lo que sí es cierto es que en el Sínodo III de Cartago, 28 de agosto del 397, ya se menciona una lista de libros canónicos (que incluía los deuterocanónicos):

«[Se estableció]… que en la Iglesia, fuera de las Escrituras canónicas, nada sea bajo el nombre de «Escrituras divinas». Ahora bien, las Escrituras canónicas son…» [Dezinger-Hünermann *186]

Por un lado los romanistas dirán que fue la iglesia Católica Romana quien entregó a la Iglesia las Escrituras, por otro lado los ortodoxos dirán que fue la iglesia Católica Ortodoxa la que nos dio las Escrituras. Y ambas tienen una parte de razón, pero no toda la razón, pues ambas iglesias son una parte y no la totalidad de la Iglesia. No fue un papa (llámese Dámaso o quien sea), ni un obispo o patriarca el que compiló el canon bíblico y lo puso a disposición de la Iglesia; fueron todos los obispos, especialmente los que poseían sede apostólica y los que conformaron la pentarquía, quienes con el correr de los años fueron haciendo de filtro para probar qué escritos tenían autoridad canónica, y cuales no la tenían. Ningún obispo romano hizo el trabajo solo, allí estuvieron también los obispos jerosolimitanos, constantinopolitanos, antioquenos, alejandrinos, es decir, la pentarquía recopilando información a su vez de los demás obispos de ciudades más pequeñas. La Biblia nos fue dada por la Iglesia, no por una iglesia en particular.

La iglesia Católica Romana no proclamó un canon definitivo hasta el Concilio de Trento, en el siglo XVI; la iglesia Ortodoxa y demás iglesias orientales nunca establecieron definitivamente un canon inspirado; mientras tanto los protestantes, aunque consideran cerrado el canon bíblico, ante la ausencia de un concilio universal propio no han hecho una proclamación oficial. Es por ello que el mismo Lutero no consideraba a todos los libros del N.T. con la misma autoridad, y yo no me espanto cuando leo que Lutero pretendió quitar algunos libros del N.T. Y es que para su época el canon sagrado no había sido aún cerrado definitivamente y autoritativamente por medio de un concilio en la iglesia Católica Romana, esto recién sucedió en el Concilio de Trento. Algunos apologetas romanistas exclaman excitados ¡Lutero quiso sacar libros de la Biblia! Tranquilos muchachos, no griten gol antes de que empiece el partido: ¡ustedes también quisieron sacar libros de la Biblia! Leamos lo que dice Dezinger-Hünermann en su introducción a la Sesión Cuarta del Concilio de Trento:

« Decreto sobre la aceptación de los sagrados libros y tradiciones: En el tiempo del concilio se puso en duda repetidas veces la canonicidad de los siguientes libros de la Sagrada Escritura: Tobías, Judit, Sabiduría, Eclesiástico, libros I y II de Macabeos, Carta a los Hebreos, Carta II de Pedro, Carta de Santiago, Cartas II y III de Juan, Carta de Judas, Apocalipsis y determinadas partes del libro de Daniel.»    [Dezinger-Hünermann. Concilio de Trento. Sesión cuarta, 8 de abril de 1546. Introducción a *1501]

Hermanos, esto que acabamos de leer es muy importante porque demuestra dos cosas relevantes, la primera es que no fue solamente Lutero quien dudó de la canonicidad de algunos libros de la Biblia, sino que «en el tiempo del concilio se puso en duda repetidas veces la canonicidad…» por parte de los mismos católicos romanos, mucho después de Lutero; y en segundo término esto nos demuestra que la iglesia Católica Romana no puede jactarse de haber sido ella quien nos dio la Biblia pues recién se puso de acuerdo y fijó su canon en el año 1546.

«Cuando Lutero publicó una traducción al alemán del NT en 1522, él incluyó los 27 Libros del canon tradicional a pesar de que dejó plasmadas algunas notas de desaprobación sobre los Libros disputados. En la tabla de contenidos, él los enumeró por separado de los Libros de autoridad innegable. Al parecer, para Lutero los Libros del NT se dividían en cánones de primera y segunda clase. Los 27 Libros en su totalidad procedían de Dios, pero él no creía que Hebreos, Santiago, Judas y Apocalipsis estuvieran a la altura de los demás.»   [Howard, Jeremy Royal. Guía esencial de la Biblia. Origen, Transmisión y Canonización de los Libros del N.T. B&H Publishing Group]

«El debate fue especialmente agudo en el siglo XVI, durante la Reforma. La traducción de Lutero agrupaba los deuterocanónicos al final como «libros que no se igualan con la sagrada Escritura, pero cuya lectura es útil y buena». Igual hacen la Biblia de Zurich, publicada por Zwinglio y otros, y la Olivetana, con prólogo de Calvino. El concilio de Trento impuso el canon «amplio», basándose en el uso constante de esos libros dentro de la Iglesia. Entre las Iglesias orientales separadas, admiten el canon amplio la siria, copta, armenia y etíope. La rusa rechaza los deuterocanónicos a partir del siglo XVIII. La griega lo deja como cuestión libre.»    [Introducción al Antiguo Testamento. SICRE, José Luis. Ed. Verbo Divino, p. 53-55]

Tres razones por la que creo que la Biblia es Palabra de Dios (enfocándome principalmente en el N.T.)

1ª  Razón: Porque es razonable que el Señor nos dejara su Palabra por escrito.

Creo que así como el Señor le entregó al pueblo de Israel unos escritos sagrados, mediante autores a los que el Señor impulsó a dejar en letras lo revelado; así también es lógico creer que el Señor dejase a su Iglesia un cuerpo de escritos sagrados para guiarla. Cuando el Señor estaba preparando a sus discípulos para lo que habría de venir no les dijo «y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre: la Biblia». No, no dijo eso, dijo que «el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Juan 14:26), esto es verdad, pero también es lógico pensar que una de las mejores formas para recordar «todo lo que yo os he dicho» es la acción del Espíritu Santo inspirando a hombres para dejar por escrito lo que vieron y oyeron. Esta primera razón me lleva a preguntarme ¿y quién me entregó de manera confiable estos escritos?

2ª Razón: Porque la Iglesia nos entregó con su autoridad esas Escrituras Sagradas

Si le creemos al apóstol Pablo, deberíamos creer lo que nos dice en 1 Timoteo 3:15 «es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad». Si la Iglesia es columna y baluarte de la verdad, y si el Señor prometió a sus apóstoles que el Espíritu Santo los guiaría a toda verdad, por consiguiente debo creer que la Iglesia (sucesora de los apóstoles), guiada por el Espíritu Santo, no ha errado en dejarnos esa verdad por escrito. Claro, aquí es donde surge la falacia romanista en todo su esplendor: «la iglesia Católica te dio la Biblia, por lo tanto debes creer en la autoridad de la iglesia Católica». Respondo a esto: sí y no. Sí porque afirmo lo mismo que san Agustín:

“Mas, aunque la razón fuera incapaz de comprender y la palabra impotente para expresar una realidad, sería necesario considerar verdadero lo que desde toda la antigüedad cree y predica la verdadera fe católica en toda la Iglesia”. [Agustín. Réplica a Juliano. Libro VI.V.11. Escritos Antipelagianos 3. BAC]

Yo, en verdad, no creería en el Evangelio si no me impulsase a ello la autoridad de la Iglesia católica. […] Si te agarras al Evangelio, yo me agarraré a aquellos por cuyo mandato creí al Evangelio, y por cuya orden en ningún modo te creeré a ti. Porque si, casualmente, pudieras hallar algo claro en el Evangelio sobre la condición de apóstol de Manes, tendrás que quitar peso ante mí a la autoridad de los católicos que me ordenan que no te crea; pero disminuida esa autoridad ya no podré creer ni en el Evangelio, puesto que había creído en él amparándome en la autoridad de ellos. Y de esa manera, ningún valor tendrá para mí lo que saques de él. Por tanto, si en el Evangelio no se habla nada claro sobre la condición de apóstol de Manés, creeré a los católicos antes que a ti. […] En los Hechos de los Apóstoles leemos quién ocupó el lugar del que entregó a Cristo. Si creo en el Evangelio, necesariamente he de creer en ese libro porque la autoridad católica me encarece igualmente uno y otro escrito. En el mismo libro leemos también el relato conocidísimo de la vocación y apostolado de Pablo. Léeme ya, si puedes, un texto del Evangelio donde se nombre a Manés como apóstol, o de cualquier otro libro en el que confiese haber creído ya.» [Agustín. Réplica a la carta de Manés 5.]

«[…] te falta tiempo para afirmar que no es de Mateo el relato que toda la Iglesia, desde las sedes apostólicas hasta los obispos actuales en sucesión garantizada, dice que es de Mateo. […] creed vosotros también que es de Mateo este libro que la Iglesia trajo, sin solución temporal, desde la época en que el mismo Mateo vivía en carne hasta nuestros días, a través de una sucesión asegurada por la unidad. […] Quizá me presentes algún otro libro que lleve el nombre de algún apóstol, que consta que fue elegido por Cristo, en el que se lea que Cristo no nació de María. Como necesariamente uno de los dos libros ha de ser mendaz, ¿a cuál de ellos piensas que debemos dar credibilidad? ¿A aquel al que la iglesia, que tomó comienzo del mismo Cristo, llevada adelante por los apóstoles mediante una serie garantizada de sucesiones hasta el momento presente y extendida por todo el orbe de la tierra, reconoce y aprueba como trasmitido y conservado desde el inicio, o a aquel otro al que la misma iglesia desaprueba por ser desconocido…?»    [Agustín. Réplica a Fausto. Libro XXVIII. 2. Traducción: Pío de Luis, OSA]

En este punto los apologistas romanistas están tan contentos que aplauden con las orejas, comienzan a levitar y a gritar extasiados «¡allí dice la Iglesia Católica, está hablando de nosotros, sí, de nosotros!» Pues no, lamento aguarles la fiesta pero allí no habla de ustedes. Como les he advertido desde el principio, los romanistas se han apoderado del término “católico” y lo han convertido en sinónimo de «romano», pero como les he demostrado en los capítulos anteriores, cuando los padres de la Iglesia hablan de Iglesia Católica no se están refiriendo a la iglesia de Roma sino a la Iglesia Universal, se refieren al todo y no a una parte. Leamos a Agustín y que él nos diga a qué se refiere por Católica:

“En cuanto a las Escrituras canónicas, siga la autoridad de la mayoría de las Iglesias católicas, entre las cuales sin duda se cuentan las que merecieron tener sillas apostólicas y recibir cartas de los apóstoles. El método que ha de observarse en el discernimiento de las Escrituras canónicas es el siguiente: Aquellas que se admiten por todas las Iglesias católicas, se antepongan a las que no se acepten en algunas; entre las que algunas Iglesias no admiten, se prefieren las que son aceptadas por las más y más graves Iglesias, a las que únicamente lo son por las menos y de menor autoridad. Si se hallare que unas son recibidas por muchas Iglesias y otras por las más autorizadas, aunque esto es difícil, opino que ambas se tengan por de igual autoridad”. [De la Doctrina Cristiana. Libro II.VIII.12. Traducción: Balbino Martín Pérez, OSA]

Punto importantísmo: habla en plural. Agustín nos aclara aquí cómo usar el término «Iglesia Católica» o «autoridad católica»: «las que merecieron tener sillas apostólicas y recibir cartas de los apóstoles», ¿Cuáles son esas iglesias? Podríamos mencionar a Jerusalén, Antioquía, Corinto, Éfeso, Filipos, Roma, Esmirna, y otras varias más de las que o fueron fundadas por los apóstoles o recibieron supervisión apostólica; todas ellas son la Iglesia Católica, o como dice en el texto penúltimo que leímos: la Iglesia «extendida por todo el orbe de la tierra».

Que quede muy claro, cuando la iglesia primitiva o los Padres de la Iglesia (en este caso Agustín) hablan de «Iglesia Católica» no se refieren a la iglesia sujeta al obispo de Roma, como insisten los apologistas romanistas; sino a toda la Iglesia representada fundamentalmente por aquellas iglesias locales que fueron fundadas o supervisadas por algún apóstol. Con el paso del tiempo la autoridad Católica se concentró en la pentarquía: Roma, Constantinopla, Antioquía, Alejandría y Jerusalén. Después del gran cisma del año 1054 la Iglesia Católica quedó dividida básicamente en dos: la iglesia Católica de occidente, presidida por Roma y conocida como iglesia Católica Romana; y la iglesia Católica de oriente que abarcaba los patriarcados de Constantinopla, Antioquía, Alejandría y Jerusalén, conocida como la iglesia Católica Ortodoxa.

Que nos digan ahora los apologistas católicos romanos ¿por qué le atribuyen a Roma la autoridad sobre toda la iglesia universal cuando en la práctica nunca la tuvo?, ¿por qué nos quieren hacer creer que el Nuevo Testamento nos fue dado por un obispo o papa de Roma, cuando en realidad fue fruto de todas las iglesias del orbe?, ¿por qué hablan como si nunca hubiesen existido otras sedes apostólicas y la pentarquía, entre las cuales el Papa de Roma no era más que el primero entre iguales, y no la cabeza de la Iglesia? Los apologistas romanistas repiten sin investigar lo que otros les han enseñado si haber investigado tampoco; y a fuerza de repetir que Iglesia Católica es sinónimo de Iglesia de Roma lo han impuesto como dogma verdadero, cuando en realidad es una gran mentira, con pátina de antigüedad, sí, pero mentira al fin.

«Ni la costumbre que se había introducido entre algunos ha de impedir que la verdad se imponga y triunfe. Pues una costumbre sin verdad no es más que el envejecimiento de un error.»  [Carta 74, Cipriano a Pompeyo.  Biblioteca Clásica Gredos 255, san Cipriano de Cartago]

3ª Razón: Porque produce el fruto prometido y esperado

Esta es una razón muy subjetiva, lo sé, pero lo empírico también es testimonio del obrar del Espíritu. Creo verdaderamente que el Nuevo Testamento es Palabra de Dios porque produce lo expresado, por ejemplo, en el salmo 119. «¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras!  Más que la miel a mi boca.» (Sal. 119:103). Si yo leyese la Biblia y fuese para mí como un periódico viejo, que nada tiene para ofrecerme hoy y que no tiene sentido volver a leer, podría dudar de su origen divino; pero si ella hace en mí lo que promete hacer, y mientras más la leo más la deseo, entonces se cumple lo dicho por el Señor: «las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida». El Nuevo Testamento cumple con lo que se esperaría que cumpla una escritura sagrada, es viva, eficaz, penetrante, siempre nueva, poderosa, consoladora y restauradora.

Hebreos 4:12  «Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.»

Conclusión:

Exponen argumentos falaces algunos apologistas católicos romanos cuando afirman que los protestantes y evangélicos no somos lógicos o razonables en nuestra fe. Mienten esos apologistas cuando nos dicen que debemos creer en la autoridad de la iglesia Católica Romana porque ella nos dio las Escrituras. Mienten cuando afirman que nosotros no tenemos respuestas razonables a la pregunta «¿cómo sé que la Biblia es Palabra de Dios?». Yo he dado tres respuestas: 1) Porque es razonable que el Señor nos dejara su Palabra por escrito. 2) Porque la Iglesia Universal, y no la Romana en particular, nos entregó con su autoridad apostólica esas Escrituras Sagradas, me baso pues en el testimonio universal de la Iglesia 3) Porque la Biblia produce el fruto prometido y esperado. Sé que muchos de ustedes podrán agregar más razones, pero para este estudio me basta con estas.

Tengan cuidado, hermanos, de aquellos vendedores de humo que enseñan con autoridad lo que desconocen y se apresuran a enseñar lo que nunca han aprendido.

«La actividad sobre las Escrituras es la que cada uno, indiscriminadamente, reivindica para sí… La vieja charlatana, el viejo decrépito, el sofista hablador, todos se apoderan de ella, se la apropian y la enseñan antes de aprenderla.» [Jerónimo. Ep 53,7. Cit. en Vida y pensamiento de los Padres, Introducción a la patrología III. Editorial Lumen, p.17]

Artículo de Gabriel Edgardo Llugdar para Diarios de Avivamientos y Diarios de la Iglesia 2023

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[1] Dezinger-Hünermann. Enchiridion Symbolorum. Biblioteca Herder

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Los evangélicos y el Papa de Roma

«Ahora bien, someterse al Romano Pontífice, lo declaramos, lo decimos, definimos y pronunciamos como de toda necesidad de salvación, para toda criatura humana» [Papa Bonifacio VIII, Bula Unam sanctam, 18 de noviembre de 1302»

Mat 16:18-19 Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos.»[1]

Ya sea que interpretemos que la piedra es Cristo, Pedro, o la confesión de Pedro, lo cierto es que aquí las llaves del Reino de los Cielos es entregada al apóstol; y con esas llaves abrirá las puertas de salvación a los judíos con su predicación en el día de Pentecostés, y a los gentiles con su predicación en la casa de Cornelio. El Señor nada dice de que esas «llaves» pasarían luego a manos de algún sucesor de Pedro, y si así fuera ¿a cuál sucesor deberían serle entregadas?, ¿a uno por sobre el resto, o a todos? Los católicos romanos aseguran que esas llaves le corresponden al obispo de Roma, ¿por qué?, porque es el sucesor de Pedro, ¿con qué fundamento el obispo de Roma es el sucesor exclusivo de Pedro?, ninguno. Pedro ejerció su apostolado en Jerusalén, en Samaria, en Cesarea, en Jope, en Antioquía, etc., ¿por qué no podrían reclamar, los obispos establecidos en esos lugares por el mismo apóstol, ser sus auténticos sucesores también? Los apologetas romanistas no tienen respuesta a esto; ellos siempre tratarán de centrar la discusión en que si Pedro es la roca de Mateo 16:18. Bien, concedámosles ese punto, afirmemos que el apóstol es la piedra sobre la cual Cristo edificaría su Iglesia, esto estaría en conformidad con:

Efesios 2:20  «edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular Cristo mismo»[2]

¿Y cuál es ese cimiento?

1Corintios 3:11 «Pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo[3]

Sea cual sea la interpretación que pretendas darle ella siempre nos llevará a Cristo, por lo tanto no perderemos tiempo discutiendo obviedades, nos centraremos en aquello que los apologistas católicos romanos no pueden responder: ¿por qué el obispo de Roma, y no otro, es el sucesor de Pedro? Veamos qué opina de esto la Iglesia Ortodoxa:

«Esos versículos demasiado conocidos del Evangelio son de suma importancia dogmática, puesto que en ellos Roma, que se considera heredera apostólica de Pedro, fundamenta lo que considera su superioridad jurídica, la de Pedro sobre los demás apóstoles, la de ella sobre la Iglesia universal, así como la constitución monárquica de la Iglesia cristiana. ¿Qué dicen los ortodoxos? Los padres griegos, los teólogos bizantinos, la liturgia oriental subrayan el primado de Pedro entre los apóstoles; pero los bizantinos señalan que el poder de las llaves fue confiado a todos los apóstoles, que Juan, Santiago, pero especialmente Pablo, son también corifeos; para ellos el primado de Pedro no es un poder, sino la expresión de una fe y de una vocación comunes. […] Pero ¿qué? ¿El Papa no será el sucesor de Pedro? Lo es, pero como obispo. Pedro es apóstol y el corifeo de los apóstoles, pero el Papa no es ni apóstol (los apóstoles no han ordenado otros apóstoles), ni muchos menos corifeo de los apóstoles. Pedro es el instructor del universo; en cuanto al Papa, es el obispo de Roma. Pedro pudo ordenar un obispo en Antioquía, otro en Alejandría, otro en otra parte, pero el obispo de Roma no lo hace […] Pedro ordena al obispo de Roma, mientras que el Papa no nombra a su sucesor»   [Meyer, Jean. La Gran Controversia. Las Iglesias Católica y Ortodoxa de los orígenes hasta nuestros días. Editorial TusQuets Editores, p.81-82]

El apóstol Pedro no nombró a ningún sucesor especial, a ninguno a quien dejarle «el poder de las llaves». ¿Tienen los apologetas romanistas algún texto bíblico que demuestre lo contrario? Todos los obispos fueron sucesores de los apóstoles en igual grado; y posteriormente se le concedió relevancia a los cinco patriarcados: Roma, Constantinopla, Antioquía, Alejandría y Jerusalén. De entre esta pentarquía los dos obispos principales eran el romano y el constantinopolitano, ¿por qué?

«Los patriarcas se apoyan sobre la práctica inaugurada a la hora de la conversión de Constantino: el rango de los obispados en la jerarquía corresponde al rango civil de su ciudad; al cambiar el rango civil lo hace el rango eclesiástico; por esa razón Constantinopla, como capital del Imperio de Oriente, como nueva Roma, es también sede de patriarcado. El mismo razonamiento explica la importancia de Roma y su carácter histórico, es decir, no eterno.» [Meyer, Jean. La Gran Controversia. Las Iglesias Católica y Ortodoxa de los orígenes hasta nuestros días. Editorial TusQuets Editores, p.85]

Uno se preguntaría ¿por qué Constantinopla tiene mayor importancia que sedes apostólicas más antiguas como Jerusalén o Antioquía?, simplemente porque por influencia de Constantino la jerarquía del obispo se corresponde con la jerarquía de la ciudad; y como Roma y Constantinopla eran capitales del imperio sus obispos gozaban de un estatus preferencial (en cuanto a honor no en lo relativo a autoridad). Recordemos que anteriormente, con la destrucción de Jerusalén en el año 70 (y hasta la fundación de Constantinopla) la iglesia de Roma se levantó como columna en la cristiandad, como custodia de la doctrina y apoyo para las demás iglesias, y todos le reconocieron esa preeminencia en el amor. Por ello el obispo de Roma será considerado por los demás obispos como primo inter pares (primero entre iguales):

«El concepto de la Iglesia como ícono de la Trinidad tiene muchas otras aplicaciones. ‘La unidad en diversidad’ – así como cada persona de la Trinidad es autónoma, la Iglesia está compuesta de unas cuantas Iglesias autocéfalas; así como las tres personas de la Trinidad son iguales, en la Iglesia ningún obispo puede pretender al poder absoluto sobre los demás; no obstante, así como en la Trinidad el Padre goza de preeminencia como fuente y manantial de la divinidad, en la Iglesia el Papa es ‘primero entre iguales’.» [Kallistos, Ware (Obispo). La Iglesia Ortodoxa. Ed. Ángela, p. 217]

Pero lamentablemente los obispos romanos no se conformaron con ser primeros entre iguales, quisieron ser únicos sobre todos, y esa pretensión infundada ha sido la causa de los grandes cismas de la Iglesia:

«Para los romanos, el principio unificador de la Iglesia es el Papa, cuya jurisdicción se extiende sobre todo el cuerpo; en cambio los ortodoxos no creen que ningún obispo disponga de semejante jurisdicción universal. En tal caso, ¿qué es lo que une a la Iglesia? Los ortodoxos responden, que el acto de la comunión en los sacramentos. La teología ortodoxa de la Iglesia es ante todo una teología de la comunión. Cada Iglesia local, como ya lo dijo Ignacio de Antioquía, es constituida por la congregación de los fieles, reunidos alrededor de su obispo y celebrando la Eucaristía; la Iglesia universal está constituida por la comunión mutua de los que dirigen las Iglesias locales, es decir los obispos. La unidad no se mantiene desde fuera por un Sumo Pontífice, sino que se alienta desde dentro en la celebración de la Eucaristía. La Iglesia no es una institución de estructura monárquica, centrada en un solo jerarca; es colegial, compuesta por la comunión recíproca de los numerosos jerarcas, y de cada jerarca con los miembros de su rebaño. El acto de comunión, por lo tanto, es el criterio de asociación a la Iglesia.»  [Kallistos, Ware (Obispo). La Iglesia Ortodoxa. Ed. Ángela, p. 222]

Los católicos romanos consideran a la Iglesia como una estructura monárquica, y quien no esté sujeto al Papa (cabeza visible de esa estructura piramidal y jerárquica) está fuera de la Iglesia. Los católicos ortodoxos rechazan esa pretensión y se niegan a someterse al absolutismo papal. Mientras tanto, los católicos evangélicos y protestantes también nos negamos a reconocer ese fantasioso sistema de gobierno que no tiene ningún sustento bíblico o histórico. Si los apologetas romanistas creen que nosotros somos herejes porque rechazamos el absolutismo papal, que miren hacia la iglesia Ortodoxa (de raíces apostólicas) y vean cómo ellos también consideran absurda la pretensión del obispo de Roma. No somos nosotros el problema, queridos apologistas, son ustedes con su insistente papolatría.

¿Qué dice la Biblia?

Gálatas 2:1, 9 «Luego, al cabo de catorce años, subí nuevamente a Jerusalén con Bernabé, llevando conmigo también a Tito… y reconociendo la gracia que me había sido concedida, Santiago, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, nos tendieron la mano en señal de comunión a mí y a Bernabé: nosotros nos iríamos a los gentiles y ellos a los circuncisos»

Este solo texto ya desbarata toda pretensión de supremacía petrina, pues no dice que Cefas (Pedro) sea el principal o el obispo de obispos; ni siquiera es nombrado en primer lugar, simplemente era una de las columnas de la Iglesia. Pero desde Roma nos siguen insistiendo en que si Pedro era la roca sobre la cual Cristo edificó la Iglesia, el Papa también lo es. Y es que el obispo de Roma, cuando habla ex cathedra, puede proclamar nuevos dogmas de creencia obligatoria para todos los fieles. Por ejemplo, hay mucha presión de parte de los marianistas para que se proclame el dogma de María Corredentora; hasta ahora ha habido reticencia de parte de los papas para proclamar este absurdo dogma que de ser oficializado significaría la mariolatría en su máxima expresión, y lo peor de todo, cerraría definitivamente la puerta a un mayor acercamiento con ortodoxos y evangélicos. La Iglesia es bimilenaria, entonces, ¿después de dos mil años de edificación pretenden los romanistas seguir poniendo cimientos o fundamentos? 

Los Patriarcas Ortodoxos, en el año 1848, enviaron una carta al Papa Pío IX donde le decían: «En nuestra comunidad, ni los Patriarcas ni los Concilios jamás podrían introducir nuevas enseñanzas, ya que el guardián de la religión es el mismo cuerpo de la Iglesia, es decir, el mismo pueblo.» Pero el obispo de Roma insiste en que después de casi dos mil años se puede seguir colocando cimientos a la Iglesia. En el Concilio Vaticano I (año 1870) se declararon dos nuevos dogmas papistas: el Primado del romano pontífice sobre la iglesia universal y la Infalibilidad papal.

Leamos lo que decretó el Vaticano I:

«A nadie a la verdad es dudoso, antes bien, a todos los siglos es notorio que el santo y beatísimo Pedro, príncipe y cabeza de los Apóstoles, columna de la fe y fundamento de la Iglesia católica, recibió las llaves del reino de manos de nuestro Señor Jesucristo, Salvador y Redentor del género humano; y, hasta el tiempo presente y siempre, «sigue viviendo» y preside y «ejerce el juicio» en sus sucesores, los obispos de la santa Sede Romana, por él fundada y por su sangre consagrada. De donde se sigue que quienquiera sucede a Pedro en esta cátedra, ese, según la institución de Cristo mismo, obtiene el primado de Pedro sobre la Iglesia universal.»   [Concilio Vaticano I. Cuarta sesión, 18 de julio de 1870: Primera Constitución dogmática “Pastor aeternus” sobre la Iglesia de Cristo. Cap. II. Dezinger Hünermann 3056-3057]

Verdaderamente es un disparate afirmar «de donde se sigue que quienquiera sucede a Pedro en esta cátedra, ese, según la institución de Cristo mismo, obtiene el primado de Pedro sobre la Iglesia universal». Es obsceno y perverso afirmar que Cristo instituyó la supremacía papal, cuando la realidad es que surgió de la desmedida ambición de los obispos romanos, más preocupados por imponer su autoridad que su ejemplo de vida; y que además fue un dogma muy resistido tanto por los ortodoxos como por los conciliaristas.  Y como si esto no les bastase, tuvieron el descaro de maldecir a los que no acepten dicho dogma:

«Si alguno, pues, dijere que no es de institución de Cristo mismo, es decir, de derecho divino, que el bienaventurado Pedro tenga perpetuos sucesores en el primado sobre la Iglesia universal; o que el Romano Pontífice no es sucesor del bienaventurado Pedro en el mismo primado, sea anatema.»  [Concilio Vaticano I. Cuarta sesión, 18 de julio de 1870: Primera Constitución dogmática “Pastor aeternus” sobre la Iglesia de Cristo. Cap. II. Dezinger Hünermann 3058]

Que nos muestren los apologistas católicos romanos en qué textos bíblicos sustentan el dogma de la primacía del obispo de Roma sobre la iglesia universal. Que nos enseñen mediante las Escrituras dónde Pedro dejó como su sucesor al obispo romano. Si son doctrinas tan importantes algún fundamento escritural deben tener. Si según ellos Cristo mismo instituyó que los sucesores de Pedro gobernasen desde Roma a toda la Iglesia ¿por qué la iglesia Ortodoxa, que tiene iguales raíces apostólicas, considera una aberración esa doctrina y no reconoce la supremacía del Papa? ¿Por qué los otros patriarcados y los Padres de la Iglesia reconocieron siempre al obispo de Roma como primero entre iguales y no como obispo de obispos? Los apologistas católicos responderán que no hay ningún texto bíblico que afirme o insinúe que el obispo de Roma es el único sucesor de Pedro, pero que en la patrística hay suficiente evidencia. La realidad es que no la hay (por eso la iglesia Ortodoxa no cree en dicho dogma), solamente manipulando textos aislados de los Padres de la Iglesia pueden pretender convencernos. En otro capítulo ampliaremos este tema.

¿Para qué sirve un Papa?

Tengo en mis manos un libro que me acaba de llegar, es del sacerdote católico de la diócesis primada de Toledo, Gabriel Calvo Zarraute, quien es Licenciado en Estudios Eclesiásticos, Diplomado en Magisterio, Licenciado en Teología Fundamental, Licenciado en Historia de la Iglesia, Licenciado en Derecho Canónico, y tiene un Grado en Filosofía. Y resume perfectamente el estado del papado en la actualidad:

«Bergoglio desafía todas las reglas del sentido común, y con su reiterado desprecio hacia Nuestro Señor Jesucristo cada día parece más difícil no considerarlo un títere en manos de la masonería globalista de la agenda 2030. Solo resta preguntarse si su actitud se debe: a) a su profunda indigencia mental; b) a una severa psicopatía; c) a un programa previamente establecido. Aunque las tres no sean excluyentes. Sin embargo, esa no es la fe católica. Según el catolicismo, el papa y los obispos se encuentran al servicio de la fe: son siervos de los siervos de Dios, y no monarcas absolutos capaces de edulcorar o descafeinar la fe, mutándola al servicio de un nuevo orden mundial, de una religión mundialista, globalista y ecléctica sin nuestro Señor Jesucristo. Como pastores abusan de su autoridad y potestad sagradas utilizándolas para el fin contrario al que nuestro Señor Jesucristo otorgó al instituir la sagrada jerarquía en la Iglesia. Corruptio optimi pessima, sentenciaban los romanos: la corrupción de los mejores es la peor de todas. Shakespeare, más poético, lo glosaría en sus sonetos: Pues se agrían ellas solas las cosas de mayor dulzor / peor que la mala hierba huele el lirio que se marchitó.» [De Roma a Berlín. La protestantización de la Iglesia Católica. Volúmen I. Ed. Homo Legens, p. 30-31]

Los evangélicos no nos sometemos al Papa por las siguientes razones:

  • Su oficio no tiene base bíblica
  • Su pretensión de gobierno universal nunca fue aceptado por la Iglesia en su conjunto
  • El obispo de Roma siempre fue considerado primo inter pares
  • Su obsesión por el poder siempre ha sido causa de cismas
  • No aceptamos la imposición de nuevos dogmas basados en su infalibilidad
  • El papado vive su peor momento ocupando la cathedra de Pedro el heterodoxo Francisco
  • El papado no tiene ninguna utilidad más allá de las luchas internas por el poder

Artículo de Gabriel Edgardo Llugdar para Diarios de Avivamientos y Diarios de la Iglesia

[1] Biblia de Jerusalén 1976

[2] Ídem

[3] Ídem

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¿Fuera de qué Iglesia no hay salvación?

Últimamente he estado escuchando a algunos apologetas católicos y quisiera, más que responderles a ellos, aclarar cualquier duda sembrada por ellos. Vamos a desarrollar un poco más este tema que ya toqué brevemente en el libro 10 Razones para No ser Evangélico Vs Diez Razones para No ser Católico, el cual pueden descargar gratuitamente en el link. 

Extra ecclesiam nulla salus Fuera de la Iglesia no hay salvación

Un poco de historia:                  

Orígenes de Alejandría († 253) afirmaba:

«Nadie se haga ilusión, nadie se engañe: fuera de esta casa, es decir, fuera de la Iglesia, nadie se salva. Aquí está el signo de la sangre, porque aquí está la purificación que se hace por la sangre» [ORÍGENES, Homilías sobre Josué, 3,9. Cit. La Predicación del Evangelio en los Padres de la Iglesia. BAC]

Por su parte san Cipriano de Cartago († 258) sostenía que:

«Y como el nacimiento de los cristianos está en el bautismo, y como la generación y santificación por el bautismo sólo está en la única esposa de Cristo, que es la que puede engendrar y dar a luz espiritualmente hijos para Dios, ¿dónde, de qué madre y para qué padre ha nacido el que no es hijo de la Iglesia? ¡Para tener a Dios por padre es preciso tener antes a la Iglesia por madre!»   [Carta 74, Cipriano a Pompeyo. Biblioteca Clásica Gredos 255, Cipriano de Cartago.]

¿Verdadero o falso?

El Señor Jesucristo fundó una sola Iglesia, y una cabeza no puede tener más de un cuerpo, así que todos estamos de acuerdo en que la iglesia como Cuerpo solo puede ser una. ¿Dónde fundó Cristo su Iglesia? Podemos afirmar que la Iglesia comienza a existir y a funcionar plenamente desde el día de Pentecostés en Jerusalén, cuando el apóstol Pedro usando las llaves del reino de los cielos abrió la puerta primeramente a los judíos.

¿Cómo denominamos a esa iglesia?

Hechos 2:5 Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo.[1]

Desde su inicio la iglesia manifiesta su universalidad (de todas las naciones que hay debajo del cielo), su catolicidad (que abarca o está conforme al todo) y su ecumenicidad (oikoumene = toda la tierra habitada). Una palabra griega que conforma la raíz del término katholikós es holos (todo), y podemos hacernos una idea mayor con otra palabra derivada de esta raíz: holograma, que es una vista tridimensional de un objeto que se puede contemplar de todos los ángulos. La Iglesia no se puede contemplar, abarcar o entender solo desde un punto de vista estático o plano; ni tomando una parte sino el todo, el conjunto con sus generalidades y particularidades.

El término Iglesia católica fue usado por primera vez por el obispo Ignacio de Antioquía († 107):

«Allí donde aparezca el obispo, debe estar la comunidad; tal como allí donde está Jesús, está la Iglesia católica.»   [Ignacio, de Antioquía. Carta a los Esmirnenses 8]

Los apologistas católicos suelen entrar en éxtasis cuando leen esto y comienzan a exclamar «¡¿Lo veis?, ¿lo veis?, allí estaba nuestra iglesia católica, y los Padres de la Iglesia son nuestros, nuestros!» Bien, queridos apologistas católicos, mientras os tomáis una infusión de tila os lo explico. Ignacio dice aquí algo maravilloso «allí donde está Jesús, está la Iglesia católica», es decir que en cualquier lugar de la oikoumene (tierra habitada) donde esté Jesús (Jesús está en donde dos o tres estén congregados en su nombre) allí está la Iglesia Católica, universal, el todo. No dice Ignacio que donde está la iglesia Católica Romana está Jesús (aunque ellos pretendan tener los derechos de imagen) sino que donde quiera que Jesús esté presente en medio de los que le invocan ellos forman parte de la Iglesia Católica. El apóstol Pablo lo expresa mejor:

1 Corintios 1:2  «a la Iglesia de Dios que está en Corinto: a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, con cuantos en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor nuestro, de nosotros y de ellos»[2]

Pablo habla de la Iglesia de Dios que está en Corinto, pero no solo allí está la Iglesia sino en cualquier lugar donde invocan el nombre de Cristo, que no solo es Señor nuestro sino de ellos. Un católico romano no hubiera escrito lo mismo, hubiera dicho: «con cuantos en cualquier lugar se someten al Obispo de Roma, y si no hacen esto el Señor no es de ellos». Pero veamos ahora lo que el apóstol Pablo le escribe a la misma iglesia de Roma:

Romanos 1:5-6 «por quien recibimos la gracia y el apostolado, para predicar la obediencia de la fe a gloria de su nombre entre todos los gentiles, entre los cuales os contáis también vosotros, llamados de Jesucristo»[3]

Nótese que el apóstol no dice que la iglesia de Roma está por sobre los cuales, es decir, los gentiles que han obedecido a la fe, sino entre los cuales. La iglesia de Roma es una parte y no el todo.

Vemos entonces que la Iglesia es católica, universal, porque Cristo está allí en cualquier lugar del mundo donde se le invoque; y donde está Cristo allí está la Iglesia que es su Cuerpo. Pero los apologetas católicos son muy hábiles manipulando las palabras, y donde los Padres de la Iglesia hablan de «católica» ellos hacen creer que se refieren a la «romana», pero lejos de los Padres tal idea.

Como dijimos al principio, podemos hablar del nacimiento de la Iglesia en el día de Pentecostés en Jerusalén, allí había judíos de toda la oikoumene:

Hechos 2:10 «Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene, forasteros romanos»[4]

No se sabe a ciencia cierta quién o quienes fundaron la iglesia en Roma, es muy probable que esos forasteros romanos que estaban allí se convirtieran con la predicación de Pedro, y luego regresaran a su tierra y establecieran la iglesia allí. Cuando los apóstoles van a Roma se encuentran con una iglesia que ya gozaba de cierto prestigio.

Los católicos romanos nos dicen «nuestra iglesia la fundó Cristo, la de ustedes los hombres», bien, hasta donde sé Jesucristo fundó su Iglesia en Jerusalén, no en Roma (que fue fundada por hombres que salieron de Jerusalén); y también hasta donde sé los evangélicos no salimos de un huevo kínder. La Iglesia se expandió desde Jerusalén hacia el mundo, y las iglesias (con minúsculas) que se fundaron forman parte del todo que es la Iglesia (con mayúscula) católica, universal. En los primeros siglos del cristianismo la Iglesia estaba liderada por una pentarquía, cinco grandes patriarcados que más de una vez peleaban entre sí por el predominio: Jerusalén, Antioquía, Roma, Constantinopla y Alejandría. Con el paso de los siglos solo quedaron dos grandes centros de poder: Roma y Constantinopla, cuyos obispos o patriarcas mantuvieron una lucha encarnizada, el primero para mantener el poder absoluto, el segundo para mantener la independencia.

« Total que ya estaba instalado el sistema que más tarde se designaría entre los ortodoxos con el nombre de la Pentarquía. Según ese sistema, a cinco de las principales sedes episcopales se les atribuiría un prestigio especial, y se establecería entre las cinco una orden fija de honor, empezando por Roma, pasando por Constantinopla, Alejandría y Antioquía, y acabando en Jerusalén. Las cinco tenían origen apostólico. Las primeras cuatro eran las ciudades más importantes del Imperio Romano; y la quinta fue añadida porque ahí era donde Cristo había sufrido en la Cruz y resucitado de los muertos. Al obispo de cada ciudad se le concedía el título de Patriarca. Los cinco Patriarcados dividieron entre sus cinco jurisdicciones el mundo entero conocido, los ortodoxos creen que, de los cinco Patriarcas, al Papa se le debe atribuir un prestigio particular. La Iglesia Ortodoxa se niega a aceptar la doctrina de autoridad papal propuesta en los decretos del Concilio Vaticano de 1870 y promulgada hoy en la Iglesia Católica Romana; al mismo tiempo, la Ortodoxia no pretende negarle a la Santa y Apostólica Sede de Roma la primacía de honor, junto con el derecho (en determinadas circunstancias) de recibir apelaciones de cualquier territorio de la cristiandad. Que conste que hemos empleado la palabra primacía y no supremacía. Los Ortodoxos consideran al Papa como el obispo “que preside en el amor”, adaptando una frase de las de San Ignacio: el error de Roma, según los ortodoxos, consiste en el haber convertido esta primacía o “presidencia de amor” en una supremacía de poder y de jurisdicción externos. […] Lo que se dijo antes de los Patriarcas también se debe decir del Papa: la primacía que se concede a Roma no perjudica la igualdad esencial de todos los obispos. El Papa es el primer obispo dentro de la Iglesia – pero es primero entre iguales (primus inter pares).»    [Kallistos, Ware. La Iglesia Ortodoxa. Editorial Angela, p. 24 ss]

Esta obstinación por el poder y la hegemonía condujo al gran cisma de oriente en el año 1054; y la que hasta entonces había sido una Iglesia quedaba ahora dividida en dos grandes bloques que se desconocerán mutuamente.

«En varias ocasiones, a partir de finales del siglo VI, hay patriarcas de Constantinopla que usan el título de «patriarca ecuménico», superior a los otros patriarcas orientales; cada vez Roma protesta, como lo habían hecho en su tiempo Pelagio II y Gregorio el Grande. Los patriarcas se apoyan sobre la práctica inaugurada a la hora de la conversión de Constantino: el rango de los obispados en la jerarquía corresponde al rango civil de su ciudad; al cambiar el rango civil lo hace el rango eclesiástico; por esa razón Constantinopla, como capital del Imperio de Oriente, como nueva Roma, es también sede de patriarcado. El mismo razonamiento explica la importancia de Roma y su carácter histórico, es decir, no eterno. En el Concilio de Calcedonia, el papa León I había rechazado expresamente y con éxito los cánones ahí presentados que afirman la igualdad de prerrogativas entre Constantinopla y Roma y la tesis según la cual la sede de la antigua Roma recibió el primado «de los padres», «en consideración de su rango de capital del Imperio». Se ve inmediatamente cuál es el envite: la posición de Roma no tiene nada que ver con el «Tú eres Pedro…» de Cristo, sino que lo debe todo a los hombres. Conclusión: eso puede cambiar… Retomada en el concilio «in trullo» de 692, la misma argumentación vuelve a ser rechazada por el papa Sergio, pero para esa fecha el contencioso ha crecido entre los dos mundos. A las tesis del Canon 28 les está destinado un largo porvenir y son válidas todavía en el siglo XXI, cuando se trata de rechazar el primado de derecho divino del obispo de Roma diciendo que éste, sea honorífico o jurisdiccional, sólo tiene origen eclesiástico, es decir: humano.»   [Meyer, Jean. La gran controversia. Las iglesias católica y ortodoxa de los orígenes a nuestros días. Ed. Tusquets, p.85]

Desde Constantinopla se argumentaba que el rango de la iglesia de Roma dependía de su condición política, y al haber dejado de ser capital del imperio (tras la caída del 476) ya no ostentaba dicho poder; es decir, no se trataba de un derecho divino sino eclesiástico, algo que los hombres podían concederlo o quitarlo según la condición política imperante.

La iglesia Católica Romana afirma que los orientales se separaron de ellos, sin embargo los orientales afirman que son los católicos romanos los que se apartaron de la verdadera Iglesia:

« “Rechazamos de nosotros a los latinos, por ninguna otra razón, sino justamente porque son los heréticos” (San Marcos de Éfeso). “Nuestra Iglesia Ortodoxa considera a los católicos romanos: los heréticos” (Venerable Starets Macario de Óptina). “La Iglesia de Roma hace mucho se desvió hacia las herejías e innovaciones… y, de ningún modo, pertenece a la Una, Santa, Católica y Apostólica Iglesia” (Venerable Starets Ambrosio de Óptina). “La herejía de los latinos es la peor de todas las herejías… porque ella lleva al hombre en lugar de a Cristo a otro hombre, le enseña que en lugar de Cristo crea en un hombre: en el Papa” (Hieromártir Andrónico Nikolski). La Epístola patriarcal y sinodal (del año 1895) dice directamente que, para alcanzar la salvación, los católicos romanos necesitan llegar a la Ortodoxia: “La Iglesia del Occidente, desde el siglo X hasta ahora ha incluido en sí misma, a través del papismo, varias enseñanzas e innovaciones ajenas y heréticas, y de esa manera se cortó y se alejó de la Iglesia Oriental Ortodoxa; para adquirir en Cristo la salvación tanto deseada, es muy necesario para ustedes que regresen y acepten las enseñanzas de la Iglesia, antiguas e invioladas” […] Con respecto a San Teófano el Recluso – él claramente enseñaba que sólo la Iglesia Ortodoxa es la Iglesia Verdadera, que fuera de Ella no hay Cristo, no hay verdad, no hay salvación: “No es necesario vaguear con la mirada acá y allá para que se vea dónde está la verdad… Fuera de la Iglesia Ortodoxa no hay verdad. Ella es el único guardián fiel de todo lo que el Señor mandó a través de los Santos Apóstoles, y por eso Ella es la verdadera Iglesia Apostólica.»   [Maximov, Jorge. Fuera de la Iglesia no hay salvación. Ed. Simeón]

Raramente escucharás hablar a los apologistas católicos sobre esta opinión que de ellos tienen los ortodoxos, para quienes los cismáticos que salieron de la verdadera Iglesia son los católicos romanos.

Después del cisma, la iglesia católica romana no aprendió la lección y siguió adjudicándose la suprema autoridad universal:

«Por apremio de la fe, estamos obligados a creer y mantener que hay una sola y santa Iglesia Católica y la misma Apostólica, y nosotros firmemente la creemos y simplemente la confesamos, y fuera de ella no hay salvación ni remisión de los pecados»  [Papa Bonifacio VIII, Unam sanctam, 18 de noviembre de 1302, ex cathedra]

Los apologetas romanistas te dirán que la única Iglesia es la de ellos, que fuera de «la católica» puede haber «asambleas eclesiásticas» pero no verdaderamente iglesias; y que tu salvación corre peligro si persistes en alejarte de Roma. Usan para ello la Constitución Dogmática sobre la Iglesia LUMEN GENTIUM:

«El sagrado Concilio fija su atención en primer lugar en los fieles católicos. Y enseña, fundado en la Sagrada Escritura y en la Tradición, que esta Iglesia peregrinante es necesaria para la salvación… Por lo cual no podrían salvarse aquellos hombres que, conociendo que la Iglesia católica fue instituida por Dios a través de Jesucristo como necesaria, sin embargo, se negasen a entrar o a perseverar en ella. A esta sociedad de la Iglesia están incorporados plenamente quienes, poseyendo el Espíritu de Cristo, aceptan la totalidad de su organización y todos los medios de salvación establecidos en ella, y en su cuerpo visible están unidos con Cristo, el cual la rige mediante el Sumo Pontífice y los Obispos…»   [Concilio Vaticano II. Lumen Gentium, 14]

Con respecto a lo expresado en primer lugar: la Iglesia peregrinante es necesaria para la salvación, le concedemos toda la razón; pues fuera de la Iglesia, que es Cuerpo de Cristo, no hay salvación. Afirmar lo contrario sería reconocer que Cristo no es el único camino al Padre, o que cualquier religión que se practique sinceramente puede conceder la salvación. Es en la Iglesia donde las almas nacen a la vida eterna por medio de la predicación del Evangelio, así lo instituyó Cristo y así lo proclamamos. El problema surge con el segundo enunciado: Por lo cual no podrían salvarse aquellos hombres que, conociendo que la Iglesia católica fue instituida por Dios a través de Jesucristo como necesaria, sin embargo, se negasen a entrar o a perseverar en ella.Aquí es donde se evidencia el astuto intercambio de significados y la manipulación del término «Iglesia».

El catolicismo romano primeramente utiliza los pasajes de los Padres de la Iglesia, en donde se habla de «Iglesia Católica», para afirmar que esos textos se refieren a ellos. Ya hemos visto que esto es mera manipulación, pues los Padres no se referían al romanismo (iglesia latina u occidental) sino a la Iglesia universal (tanto de occidente como oriente, que hasta el cisma del 1054 estaban unidas). Una vez que han logrado imponer la idea de que Roma era el centro de la cristiandad (haciendo desaparecer del mapa a los demás patriarcados) pasan al siguiente paso, hacer creer que quien se niega a entrar en la iglesia Católica Romana no puede salvarse, y allí no le daremos la razón.

Es perverso el manipular de esta manera los términos «Iglesia Católica» e «Iglesia Católica Romana» haciéndolos parecer sinónimos, cuando esta última es solo una parte y no el todo. Ya hemos visto que las iglesias ortodoxas (al igual que otras orientales) consideran herética a la iglesia romana. Por ello debemos usar la terminología correcta, cuando nos referimos a la iglesia sujeta al papado debemos llamarla iglesia católica romana, y no solamente iglesia católica pues este último término se refiere a toda la Iglesia, y es así como se denomina en la patrística a la Iglesia unida de Occidente y Oriente antes del cisma.

Para concluir este capítulo diremos en primer lugar que no aceptamos las calificaciones despectivas de los apologistas católicos, como si los evangélicos no fuésemos parte de la única Iglesia de Cristo y meramente nos califiquen como «asambleas eclesiásticas» o «hermanos separados» cuya salvación corre peligro si no nos sometemos al Papa. Y en segundo lugar confesamos que:

  1. La Iglesia es Católica, universal, y abarca el todo del Cuerpo de Cristo, y fuera de esa Iglesia no hay salvación pues las demás religiones no conducen al Padre.
  2. Cuando los Padres de la Iglesia hablan de la Iglesia Católica no se refieren a Roma sino a todo el cristianismo (iglesias de occidente y de oriente)
  3. La Iglesia Católica Romana es una parte del todo, no el todo.
  4. Las iglesias ortodoxas y orientales son tan antiguas y apostólicas como la de Roma, y sus obispos pueden reclamar lo mismo que reclaman los obispos romanistas.
  5. La iglesia Católica Romana no tiene el monopolio de la salvación, podrá amedrentar a sus fieles amenazándolos con caer en la condenación si salen de ella, pero no puede amenazarnos a nosotros por negarnos a entrar.

Los ortodoxos afirman que fuera de la iglesia Ortodoxa no hay salvación, los romanistas afirman que fuera de la iglesia Católica Romana no hay salvación, pero los evangélicos confesamos que fuera de la Iglesia no hay salvación. Y a esa «Iglesia» no le adosamos «nuestra denominación» para apropiarnos en exclusiva del todo, pues reconocemos que somos una parte; y en cada parte, allí donde nos congregamos en el nombre de Cristo, está el todo: la Iglesia, Católica, Universal, Apostólica, y que resplandece en toda la oikoumene.

Artículo de Gabriel Edgardo Llugdar


[1] Biblia de Jerusalén 1976

[2] Biblia de Jerusalén 1976

[3] Ídem

[4] Ídem

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Debate: ¿Protestante o Católico? Libro gratis

Diez Razones para No ser Evangélico Vs. Diez Razones para No ser Católico

Me pidieron que escribiera una breve apología dirigida a aquellos evangélicos que están pensando en hacerse católicos, no es tarea fácil, los apologistas católicos han cobrado mucha notoriedad y están confundiendo y seduciendo con sus publicaciones de largo alcance. Y aunque yo no me dedico a la apología puedo enfrentar este trabajo por haber estado en ambos lados del cristianismo. Pero también me pareció más interesante el desafío si las dos posturas estaban representadas en este libro, así que mientras yo daré diez razones para no hacerse católico romano, mi contraparte presentará sus diez razones para no hacerse evangélico o protestante, ustedes juzguen.

Gabriel Edgardo Llugdar

El presente trabajo es un juego dialéctico, y también un ejercicio apologético entre dos puntos de vista del cristianismo; uno defendiendo el catolicismo y el otro el protestantismo. Es imposible en un libro tan breve debatir las doctrinas esenciales que separan unos a otros, pero sí es posible presentar argumentos generales para que un católico no se haga evangélico o un evangélico no abandone su iglesia y se haga católico. Ambas posturas se presentan sin censura, pero con respeto. Comprobamos en esta era digital cómo los apologistas de uno u otro lado presentan sus argumentos ante un público masivo y de forma vertiginosa, no nos queda claro hasta qué punto se analizan con calma tales debates. Debido a ello preferimos poner por escrito estas breves apologías para que puedan ser analizadas con calma, y sobre todo desapasionadamente. En Diarios de Avivamientos trabajamos para fomentar el análisis, el estudio, la reflexión, y todos aquellos procesos que nos lleven a estar plenamente convencidos de lo que creemos, pero libres de fanatismos. Deseamos que este trabajo ayude a cada uno a tomar la decisión correcta, por ello te instamos a leerlo en forma completa, analizando las dos posturas; porque más allá de que estés seguro de tu decisión, tal vez esto te sea útil para mirarte con ojos ajenos, para tomar en cuenta aquello que podrías corregir en tu congregación; y descubrir aquellos comportamientos que son un obstáculo para atraer las almas al redil.
Creemos verdaderamente que puede serte muy útil este escrito si dejas a un lado el aspecto polémico, y te enfocas en las cosas por mejorar en tu vida, en tu testimonio y en tu congregación.

Editorial Diarios de Avivamientos, 2023

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¿Es Jesús la primera creación de Dios?

Cuando suelo preguntar «¿es Jesús la criatura más bella, más gloriosa, más admirable y grandiosa?», algunos responden «sí», cuando en realidad la respuesta es un rotundo «NO». Es una pregunta con trampa, lo sé, pero ayuda a que reflexionemos sobre la terminología que usamos cuando nos referimos al Hijo de Dios. No importa cuántos calificativos grandilocuentes digamos acerca de Cristo, si le anteponemos la palabra «criatura» lo estaremos degradando en lugar de exaltarlo.

El primer gran Concilio universal de la Iglesia tuvo lugar el año 325 en la ciudad de Nicea, y fue necesario hacerlo debido a que las enseñanzas de un sacerdote, llamado Arrio, estaban corrompiendo la sana doctrina.

El arrianismo afirmaba que Jesús era una criatura, excelsa, pero criatura al fin: la primera creación de Dios.

Esta herejía tan antigua nunca ha dejado de estar activa, hoy la vemos claramente en las enseñanzas de los Testigos de Jehová, pero también está latente en el núcleo de la teología liberal y en el progresismo (modernismo, relativismo). Si se destruye la divinidad de Cristo se destruye toda la doctrina de la salvación. ¿Quién padeció por ti en la cruz, una criatura o el creador? Si crees que Jesús es una criatura (aunque la llames la más excelsa de las criaturas) le debes tu salvación a una criatura, no a Dios. Si crees eso, también tu comprensión del amor de Dios se verá limitada, ¿Dios envió a morir por ti a un tercero, o a su propio Hijo, su propia esencia, su propio corazón y ser?

Como vimos en el primer capítulo en Jesús hay dos naturalezas, una divina en cuanto Hijo de Dios y una humana en cuanto Hijo del hombre; como Dios es creador, como hombre es criatura. Si afirmamos la perfecta humanidad de Cristo como criatura, es ortodoxia, pero si nos quedamos allí sin aclarar que unida a esa naturaleza humana está la perfecta y eterna divinidad del Hijo como creador, estamos siendo heterodoxos. El arrianismo niega lo segundo y afirma que Jesús no es eterno, no es Dios.

Atanasio de Alejandría († 373), el gran campeón de la ortodoxia, luchó con ímpetu para que se respetara lo acordado en el Concilio de Nicea, es decir, que el Hijo es coeterno con el Padre. Y lo hizo en una época en la que el arrianismo (con apoyo imperial) casi logró imponerse en toda la Iglesia.

«No desvariéis entonces ya más diciendo que el Logos de Dios es algo hecho, porque es Hijo unigénito por naturaleza» [ATANASIO, Discurso contra los arrianos, II, 9. Biblioteca de Patrística. Ed. Ciudad Nueva, p. 142]

«el Logos no estaba en el cuerpo como uno cualquiera de los seres creados ni tampoco como una criatura dentro de otra, sino que era Dios en la carne.» [ATANASIO, Discurso contra los arrianos, II, 10. Biblioteca de Patrística. Ed. Ciudad Nueva, p. 142]

«Así pues, el Salvador no ha venido por causa de sí mismo, sino por nuestra salvación, para que la muerte sea aniquilada, para condenar al pecado, para abrir nuevamente los ojos a los ciegos y para resucitar a todos de entre los muertos. Y si la causa de su venida no es Él, sino nosotros, entonces la causa por la cual es creado no es Él, sino nosotros. Y si no es Él la causa por la cual es creado, sino nosotros, entonces no es una criatura, sino que está llamando criatura a la carne con que se revistió por nosotros.”   [ATANASIO, Discurso contra los arrianos, II, 55. Ed. Ciudad Nueva, p. 212]

Como bien aclara Atanasio llamamos criatura a la carne con la cual el Salvador se revistió, Jesús hombre fue creado en el momento de la encarnación, pero lo que esa carne revistó es la misma divinidad; por eso confesamos que Jesús es criatura en cuanto Hombre y creador en cuanto Dios, perfecto Hombre y perfecto Dios, dos naturalezas sin mezcla ni confusión. No murió por nosotros una mera criatura (ángel-hombre) sino el Hijo de Dios (Dios-Hombre). Para los Testigos de Jehová el que murió por ellos es una criatura celestial, un ángel que fue creado en algún momento de la eternidad, al que ni siquiera pueden agradecerle porque la Biblia prohíbe dar culto a los ángeles

Colosenses 2:18  «Nadie os prive de vuestro premio, afectando humildad y culto a los ángeles, entremetiéndose en lo que no ha visto, vanamente hinchado por su propia mente carnal».

Pero nosotros, los que creemos que Jesús no es un ángel sino Dios mismo, podemos adorarle y hablar con él.

Filipenses 2:9-11  Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra;  y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.

 La divinidad de Cristo no es un dogma que se «inventa» en el Concilio de Nicea (325 d.C.), ya existía desde el comienzo de la Iglesia, podemos encontrarla en escritos tan antiguos como la famosa Carta a Diogneto (mitad del S. II)

«Sino que, verdaderamente, el Creador todopoderoso del universo, el Dios invisible mismo de los cielos plantó entre los hombres la verdad y la santa enseñanza que sobrepasa la imaginación de los hombres, y la fijó firmemente en sus corazones, no como alguien podría pensar, enviando a la humanidad a un subalterno, o a un ángel, o un gobernante, o uno de los que dirigen los asuntos de la tierra, o uno de aquellos a los que están confiadas las dispensaciones del cielo, sino al mismo Artífice y Creador del universo, por quien Él hizo los cielos… A éste les envió Dios.» [Carta a Diogneto 7. Ropero, Alfonso. Obras Escogidas de los Padres de la Iglesia]

«Por cuya causa Él envió al Verbo, para que Él pudiera aparecer al mundo, el cual, siendo despreciado por el pueblo, y predicado por los apóstoles, fue creído por los gentiles. Este Verbo, que era desde el principio, apareció ahora y, con todo, se probó que era antiguo, y es engendrado siempre de nuevo en los corazones de los santos. Este Verbo, digo, que es eterno, es el que hoy es contado como Hijo, a través del cual la Iglesia es enriquecida y la gracia es desplegada y multiplicada entre los santos.»  [Carta a Diogneto 11. Ropero, Alfonso. Obras Escogidas de los Padres de la Iglesia] 

Y como podemos comprobar en los escritos de los Padres de la Iglesia, la divinidad de Cristo era una enseñanza ortodoxa:

Cirilo, obispo de Alejandría († 444), nos habla que Jesús es Dios-Hombre

«Atendamos al concepto de unión, que ha de ser creído así: el Verbo se ha hecho carne, hombre, y por tanto hijo de David de modo no ficticio, sino real, en cuanto descendiente de aquél según la carne. Y, al mismo tiempo, ha seguido siendo lo que era, Dios de Dios. Por eso, reconociéndolo al mismo tiempo Dios y hombre… Ciertamente: aunque el Emmanuel, en cuanto hombre había nacido después de Juan [el Bautista], sin embargo, como Dios, existía antes del tiempo. Por eso, en razón de su naturaleza humana era más joven, pero en razón de su naturaleza divina era eterno.»   [CIRILO, de Alejandría. Por qué Cristo es uno. El Verbo encarnado, Dios de Dios. Biblioteca de Patrística, Ed. Ciudad Nueva, p. 91-92]

Hermas (S. II d.C.) diferencia entre el Hijo como roca antigua y puerta nueva, creador y criatura.

«‘Primero, Señor’, le dije, ‘explícame esto. La roca y la puerta, ¿qué son?’ ‘Esta roca’, me contestó, ‘y la puerta, son el Hijo de Dios’ ‘Señor’, le dije, ‘¿cómo es que la roca es antigua pero la puerta reciente?’ ‘Escucha’, me dijo, ‘y entiende, hombre insensato. El Hijo de Dios es más antiguo que toda su creación, de modo que fue el consejero del Padre en la obra de su creación. Por tanto, también Él es antiguo’. ‘Pero la puerta, ¿por qué es reciente, Señor?’, le pregunté. ‘Porque’, dijo él, ‘Él fue manifestado en los últimos días de la consumación; por tanto, la puerta es hecha recientemente, para que los que son salvos puedan entrar por ella en el reino de Dios (cf. Jn. 10:7-9)”.    [El Pastor de Hermas, Similitudes 9.12, “Visión de los montes de Arcadia”. Ropero, Alfonso.  Obras Escogidas de los Padres de la Iglesia]

Juan Crisóstomo, obispo de Constantinopla († 407), resume cual era la enseñanza en la Iglesia de Oriente.

«Igual que las palabras: Al principio era el Verbo designan su eternidad, la frase: y al principio estaba junto a Dios indica que es coeterno con el Padre. En efecto, el evangelista, para que nadie piense, al oír al principio era el Verbo, que el Padre sea preexistente a Él, ni siquiera por unos instantes, y para que no se atribuya un principio al Unigénito, se añade: estaba al principio junto a Dios. O sea, es eterno como el Padre, el cual, por consiguiente, jamás estuvo privado del Verbo. Éste, en suma, existió siempre como Dios junto a Dios, aunque tuviera una persona propia y distinta.»    [Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de san Juan. Homilía IV.1. Biblioteca Patrística. Ed. Ciudad Nueva, p. 87]

Resumiendo: Jesús el Hijo de Dios es eterno en su divinidad, no creado sino eternamente engendrado, que no tiene principio ni fin. Jesús el Hijo del Hombre es criatura en cuanto a su humanidad, asumida en la encarnación, glorificada en la resurrección. Pero Jesús es una sola persona con dos naturalezas, divina y humana, que no se mezclan ni confunden; perfecto Dios y perfecto Hombre, perfecto mediador entre Dios y los hombres pues es Dios-Hombre.

Un análisis bíblico

Analicemos ahora un texto clave de las Escrituras

Romanos 10:8b-11,13  « Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo»

«Jesús es el Señor», Pablo utiliza el término griego kurios que significa señor soberano. Ese término lo utilizó la Septuaginta y el Nuevo Testamento para reemplazar el término Jehová (YHWH). Curiosamente los Testigos de Jehová se ven obligados a manipular el Nuevo testamento para justificar sus enseñanzas, pues reemplazan el término kurios por Jehová, siendo que no existe dicho término en ningún manuscrito del N.T.

En el Antiguo testamento que utilizaban mayoritariamente los apóstoles, la Septuaginta, y en los escritos en griego del N.T. no aparece en ningún lado la palabra Jehová (ni Yahveh, ni Yahweh tampoco), siempre se utiliza el término kurios, y se lo utiliza indistintamente para Dios o para Jesús.

Leamos un poco más abajo en el texto de Romanos que estamos analizando:

Romanos 10:13 «porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo».

Este pasaje es una cita textual del Antiguo Testamento:

Joel 2:32a  «Y todo aquel que invocare el nombre de Jehová será salvo» [RV 1960]; «Entonces, todo el que invoque el nombre de YHVH, escapará» [BTX]; «Y todos los que invoquen el nombre de Yahvé se salvarán» [NBJ]; «y será que todo el que invocare el nombre del Señor (kurios) se salvará» (LXX).

Consideremos ahora el contexto del pasaje de Romanos: Pablo está hablando claramente de Cristo, lo llama kurios = Señor soberano en el versículo 9: «que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor (kurios)». Luego en el versículo 12b afirma «pues el mismo que es Señor (kurios) de todos, es rico para con todos los que le invocan». Y posteriormente en el verso 13 afirma «porque todo aquel que invocare el nombre del Señor (kurios), será salvo». Si uno lee el pasaje en su sentido natural podemos notar sin lugar a dudas que todo esto se refiere a la misma persona: Jesús. Sin embargo los Testigos de Jehová manipulan este texto, escrito originalmente en griego, y lo hacen pasar como si Pablo hubiese estado escribiendo en una mezcla de hebreo y griego, y en sus Biblias el texto de Romanos figura así:  «Y todo aquel que invocare el nombre de Jehová será salvo», y esto lo hacen para cortar el sentido natural del texto y que el lector piense que ese nombre no es el de Jesús (del que se venía hablando hasta entonces); de esta forma impiden que sus seguidores se den cuenta de que Jesús es Dios.

Pablo utiliza el término kurios precisamente para exaltar a Cristo, y traduce el pasaje de Joel sustituyendo el tetragramaton  YHWH (Jehová, Yahveh, o Yahweh) por Señor, y Señor es igual a Jesús ¡es una afirmación clara de la divinidad de Cristo! ¿Alguien puede pensar que el apóstol Pablo no estaba consciente de lo que estaba haciendo al utilizar para Jesús el término kurios, el mismo término que se utilizaba en la Septuaginta para sustituir el término YHWH? Al parecer los Testigos de Jehová piensan que Pablo se equivocó y que es necesario corregir ese pasaje poniendo una palabra que no existe en los manuscritos del N.T.

El que confiesa que Jesús es el Señor será salvo, porque el Señor Jesús es generoso para todos los que le invocan, pues todo aquel que invocare el nombre del Señor Jesús será salvo, y el nombre Jesús y el nombre YHWH son sinónimos. Este es el auténtico sentido del texto que surge sin necesidad de manipulaciones. Pero los arrianos, los Testigos de Jehová y algunos teólogos liberales (tanto católicos como protestantes) quieren borrar de la Iglesia el dogma fundamental de la divinidad de Cristo.

El Hijo no es la primera creación de Dios sencillamente porque el Hijo es Dios, es creador y no criatura, es coeterno con el Padre desde toda la eternidad, y Hombre perfecto desde su encarnación. Es necesario manipular la Biblia, la Tradición y la Historia de la Iglesia para negar estas verdades que laten desde siempre en el corazón del cristianismo.

Para leer el Primer Capítulo haz clic aquí

Artículo y recopilación de textos Gabriel Edgardo Llugdar para Diarios de Avivamientos 2023

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